Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

miércoles, 31 de mayo de 2017

La Opinión de Javier Pipó

La Azotea

CATALUÑA KAPUTT
31 de Mayo 2017

      Resulta inesperado y en gran manera sorprendente que Rajoy tras años de silencio haya dado un manotazo sobre su mesa de poder y calificado la secesión catalana como golpe de Estado. Pues sí, no creo se haya enterado ahora; es el golpe más mediático y transparente de cuantos así puedan calificarse en estos últimos dos siglos. Es verdad que carece de la técnica descrita en su momento por Curzio Malaparte – Suckent- pero nadie podrá negar la insoportable presión extorsionadora ejercida durante los últimos treinta y nueve años sobre los Gobiernos democráticos de la Nación, hasta estrujar no solo la paciencia sino también el Tesoro público que generosa y estúpidamente ha financiado esta traición a España. Está siendo un burdo y progresivo golpe al Estado – como se definía en esta Azotea hace ya cuatro años – un proceso de rebelión que encabeza nada menos que el propio representante del Estado en aquella Comunidad y que sin embargo continua manteniendo una cínica y repugnante relación con el Rey. El Jefe del Estado presencia sin inmutarse y acompañado del sedicioso y traidor President una burla colectiva a la bandera, un escandaloso escarnio a los símbolos nacionales, para después sentarse en charleta de colegas a comentar las incidencias de tan bochornoso espectáculo presuntamente deportivo. Mientras, el tan astuto Jefe de Gobierno como escaso líder, sabedor de la demostración de fuerza impune que se prepara, huye 800 kms. a lloriquear sobre el golpe de Estado que se cierne. Una humillación colectiva. Pero que nadie desde el poder se rasgue las vestiduras. Este golpe de Estado diferido en el tiempo y de consecuencias cuyos nefastos efectos se dejarán sentir en un futuro no tan lejano, en función de cómo acabe el proceso - de forma más o menos dramática - tiene una historia que hemos vivido sin necesidad de esperar el relato avieso de los vividores del Estado líquido e inoperante que disfrutamos.

     Durante largos años hemos experimentado y soportado una Constitución inacabada y ambigua, que ha permitido un régimen electoral inconcebible, capaz de abrir inocentemente la puerta del Congreso de los Diputados al nacionalismo sedicioso, cuando solo debió entreabrirse en el Senado. Ello ha permitido conformar Gobiernos procedentes del trueque vergonzante, blanqueado con fondos públicos al límite de lo tolerable y la cesión continua en competencias propias de la sagrada soberanía. Pero también ha permitido vincular a intereses independentistas la política autonómica y el  inicio de la suicida carrera en el “agravio comparativo” permanente. Y ya me dirán el funesto buenismo institucional que no cesa, tolerando el paso por la escuela a dos generaciones que han sufrido y asimilado el adoctrinamiento ideológico; el odio a lo español, parejo al enaltecimiento de lo catalán o lo vasco, vehiculado a través del idioma; inyectando una versión de la historia que no resiste análisis científico alguno. Todo ello comandado por una pléyade de intelectuales orgánicos refugiados en el presupuesto, escribiendo en pocos años para el poder cerca de cien libros sobre independentismo; o el papel jugado por una burguesía cobarde y desclasada, capaz de amparar el pillaje convergente antes que mantener su papel estabilizador de una sociedad moderna y de bienestar. Y para qué hablar del silencio cómplice de tantos empresarios más atentos a la subvención que a la subversión, más al privilegio en la concesión que al futuro de la Nación. Y para qué referirse a los medios de comunicación serviles y untados por el poder o a los clérigos charlatanes e impíos encaramados a los púlpitos del nacionalismo ciego y contrario al universalismo cristiano.

      Pero esto ocurre y viene a coincidir con la máxima debilidad del Estado desde el asesinato de Carrero Blanco en 1973. Y ya es casualidad, con el mayor declinar de la Europa victoriosa frente al genocidio nazi, desde 1945; aunque en este caso, con Dawson, quizá nos quede la esperanza de que su pérdida de poder no equivalga a la de conocimiento y su fuerza intelectual y espiritual continúe su influencia en el mundo. España necesitará pronto, una Europa al servicio de la libertad. Nuestro débil Estado se ha dedicado casi en exclusiva durante los últimos veinticinco años al imprescindible esfuerzo por salir del abismo económico, logrando la ansiada convergencia con las naciones europeas. Y ya digo, ahí tienen precisamente a Cataluña, Pais Vasco y Navarra, muy por encima de la media europea en bienestar económico y su distribución, independientemente de los privilegios de que gozan. Pero si analizan la composición de sus Parlamentos descubrirán la representación del resentimiento nacional; ese sentimiento complejo que engloba odio, envidia y hostilidad impotente. Todo lo reprochable que imaginen pero que en modo alguno implica cambio de valores, como implica la rebelión. En el resentimiento se condena lo que se anhela en secreto, pero en la rebelión se condena el anhelo mismo. Y este proceso es ignorado por nuestra mediocre clase política, incapaz de observar se trata de proceso no tan lento que nos está abocando a la rebelión social. Y es, que históricamente individuos organizados de una clase social en ascenso, y no los pertenecientes a estratos deprimidos, quienes ordenan meticulosamente al resentido y al rebelde en grupo revolucionario. La suerte parece echada. Cataluña kaputt. Ojalá no sea así.          







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