La Azotea
LIBERALISMO, SÍ
13 de Mayo 2017
Creo
aventurado escribir sobre la muy fluida situación politica española y mucho
menos opinar, si mi pretensión es no patinar en exceso. Es todo tan extraño y
tan antiguo. Claro que sí, es Nación hermosa y de historia fascinante que
avanza, pero siempre mirando hacia atrás. Es como fijación colectiva
transmitida generación tras otra. Algo tiene, desde luego, para ser objeto casi
exclusivo de atención intelectual de hispanistas como el recién fallecido Hugh
Thomas y su “Guerra Civil Española” publicada en español por Ruedo Ibérico y
Grijalbo, allá por 1976 y cuyo ejemplar conservo como tesoro o su espléndido
“Señor del Mundo” sobre Felipe II, completando la trilogía sobre el Imperio. Al
igual que otros, como Carr, Parker, Kamen o Preston, a los que tanto debe la
historiografía española. Mientras, nosotros colectivamente, seguimos
produciendo acontecimientos insólitos, sorprendentes, tantas veces retrógrados;
acontecimientos, seguro, objeto más adelante de estudio e investigación de la
ciencia histórica. Decía Azorin sobre España: Nación pujante frente a un Estado
caduco y corrompido. Poco ha variado.
Nuestro
pueblo y su obsesión por el pasado, ya digo, pero no el pasado tras la luz y la
razón, sino más bien persiguiendo fantasmas hasta alcanzar el naufragio estéril;
perseverando en la persecución religiosa o despreciando la bandera y la patria
común o midiendo y separando el territorio nacional o ideologizando la
educación y violando la ley. Siempre sin proyecto unitario, casi nunca
marchando en idéntica y conocida dirección; casi obsesionados por la envidia,
la revancha, el sectarismo, el resentimiento o la codicia. Y tantos otros tics
de tragedia, cuando no de idiocia nacional. O con la suavidad del sabio J.A.
Marina: la inteligencia colectiva de España en política, es muy baja.
Pero
a mí sí. A mí aún me tienta la esperanza de un resurgir del liberalismo, más o
menos conservador, más o menos progresista, pero a la postre liberalismo,
porque el tema central o fundamental de la historia en sus diversas etapas es
la libertad, tal como consideraba Hegel. Y claro, confío en que nunca llegue su
aniquilación por la vía electoral, como tantas veces ha ocurrido en España y
donde parece planear de nuevo. Y lo digo porque concibo el liberalismo en
continua evolución, siempre favoreciendo la reforma y siempre opuesto al
radicalismo; por eso ya digo, el liberalismo, al igual que la libertad nunca
fracasa. No fracasó en el primer tercio del siglo XX porque espoleado por el
movimiento obrero y la revolución rusa supo desprenderse de la obsolescencia de
sus viejas estructuras políticas decimonónicas, dando lugar es verdad, a
dictaduras o totalitarismos, pero también al reformismo social, a la gran representación
política, a los intervencionismos redistributivos, a la fiscalidad progresiva.
Es decir, al Keynes de la activación de la demanda y el estrechamiento de la
desigualdad; de la eficacia económica, la justicia social y la libertad. En los
últimos setenta años, el occidente liberal o socialdemócrata aportó más
riqueza, bienestar, prosperidad e igualdad a la humanidad que los quinientos
anteriores.
Cuando se cuartea el modelo keynesiano a finales de los
setenta a causa de la crisis del petróleo – aún sin resolver - el modelo
liberal se desdibuja entre el radicalismo anarcocapitalista de Nozick y su
“libertad sin solidaridad” al más moderado Rawls, sujetando los derechos
individuales al bien común. Es, sin perder el progreso, el reinado neoliberal,
de la Escuela Austríaca de Economía, de los análisis económicos implicados de
filosofía política, de los Von Mises, Hayek o Freedman, de la pretensión de
mantener unidos en matrimonio indisoluble el liberalismo político al
liberalismo económico. Hasta Isaiah Berlin y su disociación entre la doctrina
liberal y el capitalismo. Porque nunca, se denomine de una manera u otra, nunca
podrá vincularse al pensamiento único.
Ahora
estamos asistiendo a un retroceso de la libertad y al oscurecimiento del liberalismo. En primer lugar, por el empuje
parece que imparable de los populismos neofascistas o cuando menos de
nacionalismos trasnochados en su proteccionismo, cuando no autoritarios en el
intervencionismo arrasador. Pero también del populismo comunista que parece querer
hacer olvidar un negro pasado? de sangre, sudor y lágrimas y se enseñorea
emponzoñando las instituciones en pretensión liberticida de destruirlas. Y por
supuesto, la crisis de sistemas económicos desbordados por la globalización y
lo que parece una nueva revolución industrial, seguramente robótica. Crisis a
la que también contribuyen los movimientos migratorios universales que saltan
desde la miseria y la indignidad a las escasas islas de bienestar. Todo ello,
espoleado por el terrorismo asesino del enloquecido yihadismo que obliga a la
actualización del dualismo seguridad/libertad.
Por
eso me felicito por el triunfo de Macron en Francia. Leve esperanza, pero
esperanza de una Europa que debe seguir intentando restaurar el pacto social/liberal
de Dahrendorf, que desde 1945 hace bascular los sistemas entre fuerzas
políticas mayoritarias alrededor del llamado Estado de bienestar, de raíz
utilitarista, pero que busca la mayor felicidad para el mayor número posible de
ciudadanos; de igualdad de oportunidades y consensos en justicia
redistributiva. Es lo que espero en España con Ribera, si al fin es capaz de
salir del relativismo en que navega, comprobada la imposibilidad de mantener el
equilibrio entre dogmatismo y escepticismo. Los populares llorarán amargamente
sobre los impecables libros de contabilidad y sobre los restos de su poder,
otrora idóneo para el regeneracionismo, pero perdido entre cuentas y cuentos de
tanta ambición estéril. Que al menos sean útiles contribuyendo a la reconstrucción
del liberalismo. Y a mantener la libertad.
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