Artículo que será
publicado por el Diario “Última Hora” de Mallorca, el próximo sábado
CINISMO Y FANATISMO
Julián Delgado.
Escritor
El cinismo es a menudo una forma de ocultar la zozobra
y la turbación que puede generar una
realidad conflictiva. Aunque se ha convertido en arma habitual, son los
nacionalistas y los populistas quienes han hecho de esta práctica un uso más
depurado para defender a ultranza hechos reprobables. Es el cinismo con que
Mas, el mismo día que Montull amenazaba con denunciar el 3%, negaba a los
periodistas que su partido se hubiera financiado de forma ilegal y que, por más
que se repitiera mil veces, una mentira como ésa nunca llegaría a ser verdad.
Ese cinismo imprudente e impúdico denigra a quien lo usa, especialmente cuando
ejerce o ha ejercido un cargo público. Ante la evidencia, el cínico miente de
manera descarada, quita importancia al hecho denunciado y acusa de torcidas
motivaciones a quien lo denuncia. Para Mas, lo denunciable no es la corrupción
de su partido, sino el Estado español, al que acusa de organizar una llamada Operación Cataluña para desacreditar a
los muy honrados líderes del Procés.
Estos cínicos degradan la democracia y, utilizando soflamas de intelectuales de cámara, agravios
inventados, falsos héroes y epopeyas inexistentes, movilizan masas irreflexivas
para que cubran sus espaldas. El
nacionalismo no prospera sin la mentira y el cinismo porque es una falsa
ideología que da falsas soluciones a problemas inexistentes o mal planteados. Eso
sí, siempre produce víctimas. A veces se han contado por millones.
Si el cinismo es pernicioso, no lo es menos el fanatismo,
que resulta imprescindible para que la sociedad afín asuma el discurso del
cínico. El fanatismo rompe la convivencia social, deforma la realidad, no
permite la reflexión y cierra el paso a cualquier propuesta razonable. El
fanático construye sobre creencias y estereotipos que no admiten crítica; su
razón es un asalto a la razón que pretende imponerse como razón única; en
algunos casos, por la fuerza. La lógica no funciona con el fanatico, pues
rechaza cualquier hecho si no es adaptable a su irrealidad. Por eso, su
discurso es necesariamente cínico y está abocado al fracaso y a la frustración.
Pero ya lo sabíamos, en el siglo XXI, el nacionalismo es la consciencia
degradada del romanticismo: una antigualla.
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