Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

viernes, 9 de diciembre de 2016

La Opinión de Javier Pipó

La Azotea

REFLEXIONES CONSTITUCIONALISTAS
9 de Diciembre 2016

    No estoy seguro poder aportar originalidad o atractivo al debate entre expertos constitucionalistas – excelentes en gran número y sin adscripción partidaria - iniciado estos días con motivo del 38 aniversario de la proclamación de la Constitución postfranquista y su necesidad o no de modificación. Pero sí convencido de ser capaz de decir algo más que muchos de los politicastros que, coincidiendo con el aniversario, se permiten zarandear el hermoso Texto, incluso con la gramática y siempre desde la perfidia.

       Desde luego, creo necesario realizar algunas aseveraciones iniciales. De una parte, vivimos inmersos en crisis de la democracia representativa y aun peor, de erosión acentuada del Estado como sistema sustentador del ordenamiento jurídico, tal como se deduce del incumplimiento impune de tantas leyes y sentencias. De otra, el convencimiento del papel que el propio Estado y su Constitución, pueden jugar en un mundo globalizado, sin fronteras, donde el poder emana de los mercados, “de los tipos de interés” de la confianza en el intercambio y la proliferación de constituciones supranacionales, internacionales. De manera que resulta difícil administrar la soberanía y no digamos la vida jurídica de los ciudadanos. Por supuesto que estos son fenómenos comunes a muchos de los Estados occidentales, lo que propicia reacciones en contra, vía populismo de un signo o el contrario. Con ello, me gustaría, aunque fuere provisionalmente olvidarnos– como creo dijo Rubio Llorente - de poder hacer aquí en España y ahora, macroconstitucionalismo, todo lo más conformarnos con simple microconstitucionalismo de andar por casa y salir del paso.

     Miren, nadie duda existe gran desafección de los ciudadanos hacia las instituciones democráticas y, seguramente, la ola desaforada de corrupción y pillaje en el terreno de lo público, no anda muy lejos del proceso de deterioro de la moral social. Paralelamente, desde luego, el desgaste de los partidos políticos – la democracia está asfixiada por los partidos políticos- el desastre ruinoso del modelo territorial y la traición, parece imparable, del nacionalismo independentista. Pero el papel de la constitución de 1978 ha sido impresionante, impagable, porque ha llevado a la Nación a cotas espectaculares de libertades individuales y colectivas, y progreso con bienestar, inimaginables cuando se refrendó por un pueblo expectante y esperanzado. Y eso durante el periodo más largo de vigencia en la corta vida del constitucionalismo español, si consideramos los 55 años del canovismo como transcurso discutible en la continuidad de su vigencia y aplicación.

      Soy de los que argumentan el disparate dialéctico y filosófico del populismo de ultraizquierda, cuando deslegitima la Constitución al no haber sido votada por los menores de treinta años. No se sostiene ni en Derecho constitucional comparado ni en el ámbito de la razón. Pero si muestro mi favor hacia la consideración de que cada generación pueda tener derecho a revisar la Constitución vigente o como dijo Jefferson “el poder constituyente de un día no puede condicionar el poder constituyente del mañana” Ahora pues, podría ser tiempo de su revista, considerando que modificar la Constitución es defenderla y cambiar de Constitución, destruirla. Sin duda, me posiciono del lado de aquellos que desean su revisión, al considerar pueda ser jurídicamente necesario de resultar obstáculo relativamente insalvable para llevar a cabo determinados cambios considerados imprescindibles en el ámbito político, económico o social; cambios no factibles de alcanzar mediante legislación ordinaria. O sea, identificados los problemas insalvables, en la consideración de lo jurídicamente necesario, debe ser políticamente oportuno de existir mayoría suficiente. Entonces, sin demora, debe ser abordada la actualización constitucional, su puesta al día, precisamente por el poder constituyente constituido que es el dotado de la facultad de reforma; como ya estableció Siéyès en 1789, una Constitución supone un poder constituyente, con poder diferente y superior a los demás poderes del Estado. Y ahí están las veintisiete enmiendas en doscientos treinta años de la Constitución USA, la más antigua de occidente.

      Aunque más adelante continuemos reflexionando sobre la Constitución, desde el sosiego libre e independiente de La Azotea, quizá debamos anticipar un criterio de escepticismo sobre la posibilidad de oportunidad política. Dos bloques claros definen la realidad ideológico-política de este momento histórico. Por un lado, los constitucionalistas de diversa procedencia y posición, quizá podrían reunir hasta 254 escaños. Por otro, los que quieren cambiar de Constitución, encabezados por el populismo comunista y extrañamente vinculados a los sediciosos nacionalistas de uno y otro lado, que seguramente podrían sumar hasta los restantes 96 votos. De manera que confirmada esa mayoría suficiente podría abordarse revisión, por ejemplo, del Título VIII; al fin y al cabo en las Cortes constituyentes de 1978, los artículos 137 a 158 salieron sin consenso estricto y por sus mismos antecesores, aunque desde la lealtad y el patriotismo. 

     Si se logra neutralizar el secesionismo catalán, de germen populista y totalitario, la única posibilidad sería las modificaciones jurídicamente necesarias permitidas o reguladas por el artículo 167 CE, sin temor coyuntural a la posibilidad del referéndum que posibilita su párrafo 3, tal como anuncia el populismo comunista de Podemos. Dar vueltas a la consideración federal del Estado, produce melancolía. La Constitución tiene embrión de Estado federal, es estructuralmente federal, que por naturaleza no son asimétricos e implican la existencia de ciudadanos libres e iguales. Pues ya veremos.        



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