Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

sábado, 9 de abril de 2016

La Opinión de Javier Pipó.

La Azotea 



DE CÍNICOS Y FARISEOS
9 de Abril 2016



   En estos largos días de esterilidad democrática, de soponcio colectivo al contemplar una sociedad sin rumbo, una Nación sin cabeza en funciones casi vocacional, quizá a más de uno pueda resultar de interés recordar el Antiguo Régimen y la Revolución del eterno Tocqueville, maestro imperecedero de la ciencia política. Ciertamente como dice el luminoso pensador, las revoluciones son un proceso que conllevan una rápida y radical transformación de los hábitos, mentalidad, percepción y convicciones políticas de una parte sustancial de la sociedad y de una clase dirigente comprometida con un proyecto político de naturaleza mesiánico y radical. Pero también nos previene de cómo crear las barreras contrarrevolucionarias que detengan el huracán y desde luego lo prevengan a tiempo.    

   Tras casi cuarenta años de preclaro constitucionalismo creíamos consolidado el sistema de democracia representativa y de libertad en un Estado de Derecho. Pero en el sur de la declinante Europa, la libertad es flor no duradera que requiere amor continuo y cuidados primorosos de mantenimiento. Aquí en el proceso degradante que nos detiene, la desmembración de las élites tradicionales y la alocada descentralización llevaron a la incoherencia en la acción del Estado y a su ruina. Y a una sociedad  instalada en el fariseísmo y la hipocresía, mayormente dominada por un hortera paganismo que se deja llevar por una clase política que ocupará los más lúgubres rincones de la historia.

   Sí claro, me refiero a los hipócritas que viven en política de la mera apariencia. A los preparados con potitos intelectuales como único bagaje personal y profesional pero que adornan con algunas docenas de frases más o menos ocurrentes, aprendidas precipitadamente y superpuestas con mayor o menor habilidad en el debate, también en los falsos debates. A los hipócritas que presumiendo de líderes en su iglesia no pasan fuera de ella de malos actores. A los hipócritas, que practicando la filosofía del bobo, tratan de complacer a todo el que les escucha en este sitio y enfrente. Me refiero naturalmente, a los que no se presentan ni mantienen humildes, pero tampoco callan. A los que siendo tan hipócritas como cínicos, hicieron de la ética y la moral social predicamento continuo para la crítica despiadada a quienes no siguen sus proverbios. Pero luego descubrimos como no pasando de pócima social de alcantarilla, llenan de inmundicia la vida pública y la dignidad colectiva. A los muchos y variados bardenalmodovares que vociferando en manifas de indignados, tienen el chófer esperando en la esquina donde terminan y los millones en paraísos, a resguardo de los mismos a los que agitan.

   Estamos hartos y preocupados de tanto holgazán revolucionario que aprovechando el bienestar y la libertad que le proporciona un sistema basado en el trabajo y el esfuerzo de la mayoría, tratan de desasosegarlo. Cuando no destruirlo, con proclamas hipócritas y farisaicas sobre utopías imposibles y cielos que jamás existieron. Y si refieren los muchos, demasiados, que se implantaron por la fuerza, ocultan cuando hablan y pregonan que se hundieron en la miseria, en el clamor del sufrimiento y en la muerte inútil y asesina de millones de inocentes. Ya nos previene Tocqueville contra estos individuos ideológica y políticamente radicalizados, contra los AntístenesIglesias y los Zapasanches insensatos porque “no llegan a entender la verdadera naturaleza del proceso que contribuyen a desencadenar”. Y hay que seguir enfatizando que la prosperidad no produce necesariamente la serenidad en el ánimo del gentío. Al contrario, como ocurre en Cataluña, Navarra o el País Vasco y como hace 160 años escribía Tocqueville “a medida que se desarrollaba en Francia la prosperidad…los espíritus parecen sin embargo más inestables e inquietos; se exacerba el descontento público; va en aumento el odio contra la totalidad de las instituciones antiguas. La nación se encamina hacia una revolución”.  

   Ya está bien, de la debilidad de un Estado balaguero que permite insultos insoportables de un payaso en chándal que cree estar dando a luz una ideología escatológica de redención social, cuando no pasa de tiranuelo analfabeto, en hermosa y rica tierra hundida en la miseria. De la torpeza de un Estado pusilánime incapaz de ordenar la financiación de un disparate fragmentado en diecisiete problemas desordenados que ahora se rebelan contra su inexistente autoridad. De un Estado incapaz de frenar y desarticular la rebelión independentista de una parte de su territorio, poniendo ante los tribunales a los responsables y en la cárcel a quienes con carácter previo y sistemático la desvalijaron con hipocresía, cinismo y caradura. La estupidez de un Estado que permite circular por la vida política dando lecciones de democracia, a quienes hace tiempo debieron ser ilegalizados por mantener principios contrarios a la Constitución y ser financiados por tiranías teocráticas o comunismos populistas.  


   Hasta cuando la mayoría seguirá encandilada con tanto maestro errabundo, tanto filósofo proletario de lo popular, tanto sujeto que despreciando convencionalismos, muestran ante un pueblo encandilado, su considerable rudeza y una notable falta de consideración por las formas decorosas propias de una civilización avanzada. Ojalá que unas nuevas elecciones hagan reflexionar y enmendar la dirección a este pueblo desorientado. O a mantenerla porque sea lo que merece. Al fin, en el cinismo instalado no se necesita hogar, ni patria ni ley. Para el cínico y el hipócrita la virtud propia es su ley.   

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