EL BANCO DE SUSANA
Desde hace tiempo sostengo como este es Régimen que se sucede así
mismo, rejuveneciéndose una generación tras otra, con un libreto seguido al pie
de la letra por quienes hoy ya pasaron de flechas a jefes de campamento y
mantienen incólume el legado de sus mayores y la protección de sus distintos
intereses, casi nunca sociales, casi siempre patrimoniales. Poco importa los
escasos y perfectamente descriptibles avances sociales o económicos logrados en
más de treinta años de gobierno unidireccional, porque el pueblo andaluz
siempre agradecido, recompensa con su voto la seguridad que proporciona un
sistema providencialista, experto en potenciar los instrumentos que en cada
momento afianzan la paz administrada y costosamente mantenida.
Pero claro, son ya al menos dos las generaciones pasadas, tantos
años como el general Franco y, en términos relativos, los avances quedan
diluidos en una España de desarrollo equiparable a los países europeos tras la
crisis de 1973. Por eso, y una espesa corrupción que tapona cualquier necesaria
salida hacia el progreso, necesita extraer de la factoría ideológica de las
sorpresas, alguna que suponga un alargamiento de la carrera en persecución de
la utopía. Y hay que reconocer que en el presente caso acertaron en la audacia
de la elección. Porque eligieron nada menos que la creación de un "banco
público". Es decir, poner en funcionamiento un banco, seguramente banca
comercial, cuyo capital, ya veremos de donde pueda salir, sea propiedad de la
Junta y cuya gestión y responsabilidad solo a ella corresponda.
Es verdad que de lejos, se percibe la presión seguramente
perentoria, de sus socios comunistas que exigen una estructura ajena a lo que
llaman sin causa neoliberalismo, y más cercana a los modelos sovietizados que
como hongos se esparcen por la América Latina del subdesarrollo y la pobreza.
Es el peaje de la alianza con los liberticidas y no con los muchos que aun
desean y aman la democracia parlamentaria y representativa. Al fin y al cabo
esos socios saben que el futuro, no muy lejano, corresponde a fórmulas cercanas
al sistema que procuran, porque la población ya está casi madura para la larga
marcha. Esperen y vean como el nuevo apóstol de la revolución pendiente llegará
castizamente, con coleta y en olor de multitud, incluso con elecciones
impecablemente democráticas y no la pocilga venezolana. Este pueblo ha sido
concienzudamente anestesiado mediante el buenismo ideológico, la escuela y los
poderes mediáticos, en la sumisión y el miedo a la libertad. Vean el espectáculo
chusco del perro con ébola y los mascoteros solidarios cantando “excalibur
somos todos”, como antes se cantó “vivan las caenas”. Es el precio de la
libertad, aunque a veces parece carecemos de medios para mantenerla. Nada más
duro que el aprendizaje de la libertad, decía Tocqueville. Nada más duro que el
mantenimiento de la libertad.
Y fíjense el momento elegido para la pretensión. Tras el
espectáculo gigantescamente gansteril del saqueo de las Cajas, del conocimiento
de la larga lista de los beneficiados por el expolio. Cuando aún no se
investigó el practicado por todos los partidos, representantes institucionales
y agentes sociales, en el resto de las entidades financieras similares, vienen
desde la Andalucía profunda solicitando un nuevo experimento, un nuevo castillo
de fuegos artificiales.
Y claro, es el momento de echar la vista atrás y comprobar que la
existencia de bancos estatales es cuestión aceptable dentro del juego
democrático, entre un liberalismo que no teme la presencia del Estado en la
vida económica, como elemento de
corrección e impulso y una socialdemocracia que para nada reniegue de la
economía de mercado. Es decir, de protagonistas que crean en la libertad como
valor base. Porque puede y en ocasiones debe el Estado tener una intervención
subsidiaria para desarrollar líneas de crédito no atendidas por el mercado. Así
ocurrió con éxito espectacular en la larga y fructífera lista de Bancos
públicos desde el último tercio del siglo XIX. Desde 1872, con la creación del
Banco Hipotecario, a la Caja Postal en 1909; del Banco de Crédito Local en
1925, a los éxitos y el prestigio del Banco Exterior de España desde 1928,
siempre dirigido por las mejores cabezas de la ciencia económica. O el papel
esencial en el desarrollo agrario del Banco de Crédito Agrícola a partir de
1962.
Banca pública que tras prestar servicios impagables a la economía
española, comienza su declive en el tardofranquismo hasta que entrada la
democracia hay un entendimiento entre las dos principales fuerzas democráticas
para dar la puntilla definitiva a tan importante trayectoria. Al principio de
la década de los 80, la Banca pública otorgaba el 20% del crédito, pero en 1991
es Felipe González quien impulsa la Corporación Bancaria Española, luego
Argentaria, que agrupando las citadas entidades y otras, las llevaría dos años
más tarde a su desaparición, mediante privatización.
¿Es que la Presidenta Susana desconoce la historia? ¿Qué
pretendería con ese paso, aparte contentar a quien la sostiene?¿De nuevo quiere
propiciar la “presencia social” de cantamañanas en el órgano rector del Banco
Público? Parece como si quisiera ignorar el momento crucial de especial
sensibilidad puesto en la actualidad nacional por otro gigantesco escándalo de
corrupción, iniciado en 1985 con la llamada Ley de democratización de las
Cajas. Cuando todavía sigue su curso el sumario de los ERE, o el fraude de la
formación. O las inacabables noticias sobre el fraude de una Administración que
parece sobrevivir autoalimentada de sus propias mentiras y de las fantasías de
telesur. Si fracasa el modelo de reproche jurídico, vamos camino de ello por la
eterna duración de los sumarios, los procesos y las sentencias firmes, será el
fracaso de la democracia de 1978.
Pero hay un modelo peor. Es el modelo comunista de gobernación.
Ahora aparecen como demócratas, circulando con cierta moderación por los
pasillos del poder. Esperan la santa alianza con los que cantan sin cesar en
las plazas himnos revolucionarios hasta la hora de hacer posible la utopía de eximir
de responsabilidad social al individuo, para ser asumida por el Estado. Y
también de su libertad.
Ya me dirán para qué queremos entonces un
banco
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