Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

martes, 28 de octubre de 2014

La Opinión Independiente de Javier Pipó


EL FINAL DE LA LIBERTAD
Javier Pipó Jaldo
   Cuando el desarrollo, el bienestar y la democracia parecían asentarse en una historia de España ajetreada y poco estabilizada, llegan vientos huracanados y fríos para tratar de erradicarlos, quien sabe si definitivamente, como principios estructurales de la fértil y hermosa civilización a la que pertenecemos. Que poco parecen durar las escasas etapas de libertad en este voluble país.

   Miren, la situación está resultando insostenible por no decir explosiva. Aquí cada día no trae su afán sino un escándalo en forma de puesta de manifiesto de la podredumbre en que quedó el sistema. Aquí no se puede ocultar que la realidad no pasa de ser una de las apariencias de la verdad. Y ya no sabemos ni donde se encuentra, ni cual sea, ni en poder de quien se encuentre la verdad. Ya hasta la moral dejó de constituir un conjunto de normas no escritas para no llegar siquiera a conjunto de respetos. Porque ciertamente se desconoce el respeto de unos con otros, de todos con las instituciones, del ciudadano hacia si mismo. Es una evolución hacia el abismo o cuando menos la marcha al retroceso porque ni las creencias son certezas y en modo alguno pautas de comportamiento, quedando aislado el ciudadano despojado de su dignidad como tal y temeroso de perder hasta la devoción fervorosa a un ideal. Sí claro, se trata de una reflexión tenebrosa del momento, pero seguramente falte tiempo para que pueda ser pesimista. El optimismo está llevando a la ignorancia que será la madre del  miedo. Solo quisiera ser preso de un error insalvable o de un desconocimiento irreversible de la situación nacional.

   Fíjense, tras 36 años parece descubrimos un sistema putrefacto del que comienzan a salir roedores otrora defensores de la permisividad como norma de convivencia y del privilegio como defensa de la libertad. Y no crean que este baño de corrupción sea un hecho novedoso de la democracia española. Comenzó a los pocos años, en los ochenta, conforme la abundancia podía ser objeto de codicia para los guardianes de aquella y paralelamente se desmontaban los sistemas de control internos y externos de tantas Administraciones como territorios, tan inútiles como generosamente libadas con impuestos abusivos e injustamente repartidos y la solidaridad europea caída como maná sobre un pueblo mas amante de las caenas que de la razón y las luces. Y ahora, con una Justicia saturada e inmovilizada por la presión de los intereses, con una elite salpicada hasta hacerla repugnantemente irreconocible, el sistema espera resignado la teocracia de sus sepultureros. En la periferia acechan de una parte los que adoran el dios Estado omnipresente y totalitario, donde la supresión de las clases sociales pasa por la supresión previa del individuo en su dignidad y libertad. Esperan el momento oportuno que madure el hundimiento para alzarse con el poder dictatorial democráticamente eso si, dinamitando el sistema con voto masivo y sin advertir que en su modelo de democracia Popular, el poder no se alimenta de poderes sino que al ser uno, el pueblo solamente lo ostenta obedeciendo. Y de otra, los teocráticos del vandalismo yihadista que tratarán de infiltrarse o asaltar unas fronteras donde los ilegales son los que las defienden. También esperan el momento adecuado para arrasar el Estado mismo, al fin y al cabo una creación del cristianismo europeo.

   Y la reacción ante tanto desafuero no pasa de gesticulante porque incluso resulta hasta sospechosa esta cadena interminable y coincidente en el tiempo de presuntos, conducidos ante una justicia incapaz de procesar siquiera a unos cuantos y no digamos juzgarlos y en su caso condenarlos. Para eso se mantiene el blindaje del aforamiento preciso y la inmunidad rellena de impunidad. Y además, siempre queda el recurso al indulto más o menos disimulado para los que resultó imposible librarlos de pasar por el reproche. Pero ya está bien, porque en un país de tuertos, donde el ciego es revolucionario, reivindico con Ortega mi derecho a la continuidad y añado con él que la forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal. Por eso reclamo tan alto como pueda esa continuidad y si está podrida la democracia habrá que desinfectarla y limpiarla hasta los alveolos, pero no destruirla porque no hay otro sistema mejor. Como decía sabiamente Pertini, a la más perfecta de las dictaduras preferiré siempre una imperfecta democracia.

    La situación no puede esperar. Los Partidos democráticos del sistema, pocos por desgracia, deben abandonar la semántica y en un paso histórico acordar una decisiva y profunda lucha contra la corrupción; un Gobierno de concentración; la reforma de la Constitución conforme al artículo 168 y en consecuencia la disolución de las Cortes y convocatoria de elecciones que ratifiquen aquella. Es urgente e inevitable. La Nación se desmorona entre la corrupción, el nacionalismo y los totalitarios que ya tocan poder. Por mi parte y en lo que pueda, siempre preferiré estar con la minoría sensible antes que con la mayoría victoriosa que se avecina en el final de la libertad. Pues eso.

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