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jueves, 16 de octubre de 2014

La Opinión Independiente de Javier Pipó en Diario "Córdoba"


Artículo publicado hoy en La Azotea del Diario "Córdoba"
 
EN EL ESTADO FEDERAL

Ahora hace dos años y medio, cuando aún no había comenzado la fiebre del cambio constitucional, me preguntaba desde esta misma columna porqué no federalismo, siendo conocedor que en la historia del constitucionalismo no existe el Estado federal, sino pluralidad de Estados federales, como respuesta a circunstancias históricas diversas adaptados al entorno cultural o económico de cada nación. Inician el camino desde la unidad estatal inexistente previamente como Alemania, o ya existente y establecida como USA, o potencialmente federal como Gran Bretaña o de Estado unitario y centralizado que al final del proceso federalista queda totalmente descentralizado, como España.

Si federalismo es también síntesis de conjugar autogobierno con poder compartido y dividido, haciendo realidad el principio de subsidiaridad donde cada nivel territorial debe ejecutar las competencias según reglas de eficiencia, nuestra realidad constitucional por vez primera es esa. Aunque con federalismo o sin él, se trata de mantener y no destruir una nación con Estado y del deber de compensar la diversidad. Por ello el resurgir del federalismo se acrecienta al resultar adaptable a formas y variantes múltiples, tal como tienen estudiado Elazar o el profesor Blanco Valdés.

Los reunidos en Filadelfia en 1787 para redactar la Constitución USA, pasando de la Confederación imposible a la Federación de liderazgo, se vieron apremiados ante el ejercicio imposible del Gobierno central por la permisividad en la autonomía de los Estados. Pero logran una Constitución modélica, de adaptación progresiva, imitada y de influencia decisiva en el constitucionalismo occidental, seguramente por su lealtad al espíritu de Locke, resultando especialmente llamativa su permanencia 227 años con solo 27 enmiendas. Incluso, tras la gran crisis de 1929 logra una suave modificación desde el inicial modelo “dual” al más flexible conocido como “cooperativo”, que va calando asimismo en Europa, como se percibe en Alemania, Austria, Suiza y quizá España, ya que la disminución de la soberanía de los Estados nacionales, incrementa y fortalece instituciones de carácter federal, tal como parece ser la tendencia de la UE.

Aquí, tras el éxito de una Constitución nacida hace solo 36 años, parece apremiar cambiarla aunque desconociendo para qué ni por qué. Eso sí, el sentimiento de ingobernabilidad del Estado resulta patente, aunque pareciendo prevalecer sin embargo cambiarla sin más, antes que reformarla. Pero se debe reflexionar sobre sus contenidos ejemplares o vanguardistas a conservar sin añadidos de coyuntura, generalmente propuestos por quienes desprecian la democracia parlamentaria y representativa. O de poner remedio al incumplimiento reiterado e impune de su texto o de las Sentencias del TC que lo interpreta, frenando decididamente y con sentido común lo mucho que hace al Estado ineficiente o ruinoso. Es tarea que debe acometer una clase política atiborrada de privilegios, hábil en el chapoteo de la corrupción pero insensible al riesgo de perder la libertad.

La crisis dramática que sufrimos desde 2007 debería forzar a la adaptación de  nuestra Constitución como hace 85 años hicieron los norteamericanos. Es imposible seguir esperando la mano jurisprudencial del TC o la siguiente improvisada oleada reformista de los Estatutos o continuar la descentralización sin límites y la centrifugación imparable, hasta la desaparición del Estado debilitado por la ruina y el buenismo ideológico.

Es urgente identificar las entidades federadas, sus características y competencias, así como el régimen de financiación, que condicionará siempre el ejercicio del poder del Estado midiendo el efectivo grado de descentralización. Y conseguir la igualdad de derechos y la unidad de mercado, manteniendo la autonomía y régimen fiscal de los municipios, reduciendo su número y extinguiendo las Diputaciones. Y hacer prevalecer la Ley del Estado sobre la de las partes. Y mantener la Monarquía parlamentaria como forma política del Estado, la continuidad por encima de las instituciones, como en la Commonwealth. Y concebir un sistema más ágil de modificación constitucional.

Nadie debe creer que la modificación constitucional, con vocación y contenido federal que propongo, es el final de nuestro incesante camino construyendo libertad individual y colectiva compartida en dignidad. Ni el acomodo del nacionalismo radical, que desde 1978 ha mantenido lucha sin cuartel contra el Estado y este cedido gratuitamente al límite, minando progresivamente sus estructuras y llevando al resto de territorios a formular con exigencia expansiva soluciones al permanente agravio comparativo.

Nuestra diferencia con cualquiera de los Estados federales es el látigo brutal de lo que alguien definió como "nacionalismos interiores" que siempre buscarán la modificación del modelo, para superarlo antes o después, con o sin Constitución. Confederalismo primero y luego, independencia, sin más. Pero quizá consigamos otros 35 años de estabilidad. Si no nos arruinan antes.

 

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