Publicado en diario Córdoba el 6 Diciembre 2012
1978
No comparto la concepción
estática de Constitución en Balmes o Donoso como sedimentación histórica de
instituciones, ni la visión de Lasalle y el socialismo científico como conjunto
de factores reales de poder. Prefiero la de Hauriou y su “creación de
instituciones vivientes” que es utopía derivada del Estado como institución de
instituciones.
El seis de Diciembre de hace 34
años se aprobó en referéndum por abrumadora mayoría el texto constitucional más
duradero de nuestra historia. El largo proceso de transición
hacia el mundo moderno y la vida en libertad había comenzado 166 años antes con
la Constitución de 1812 y su contrato social; la
igualdad como fundamento del pensamiento democrático y la ley como expresión de
la voluntad general. En ese recorrido las Constituciones no han sido
factor de unión sino de discordia, como atestiguan los seis textos devorados por
el siglo XIX. Por eso, las Constituciones de 1931 y 1978 suponen la última fase
de un proceso que muestra la dificultad de vivir en libertad.
Pero la Constitución de 1978 y sus instituciones vivientes, es un texto modélico
que ha permitido paz y progreso a pesar de las circunstancias difíciles de su
gestación. La grave crisis de 1973 y la desaparición del franquismo, conlleva
un cambio de ciclo acelerado e imaginativo que solo la existencia de una amplísima, sólida e instruida
clase media permite afrontar con éxito.
Los Pactos de la Moncloa y la
puesta en marcha del Estado social y democrático de derecho son hitos tan
ejemplares que aún hace concebir la esperanza de recuperar la ilusión de una
nueva etapa de convivencia civilizada dentro de una Europa libre.
Pasará esta terrible crisis total
pero permanecerán los valores superiores de libertad, justicia, igualdad y
pluralismo político y el hermoso catálogo de derechos y libertades del Título I
de la Constitución de 1978.
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