Artículo que será publicado en el Diario ULTIMA HORA de
Palma, el próximo sábado día 22 de Agosto
SOLUCIÓN FINAL
Julián Delgado. Escritor
La generación que nació durante la
guerra o cerca, los viejos rockeros, hoy octogenarios, por lo menos, son
aquellos que pasaron una infancia de miseria, entre la pobreza, el estraperlo,
la tisis, los sabañones, el hambre, el boniato, la muñeca de cartón y la pelota
de trapo. Su adolescencia fue sin
aviones, casi sin coches, sin ducha ni agua caliente, con la suela de los
zapatos agujereada, sin antibióticos... y la tecnología que utilizaban era la
pizarra personal y el pizarrín.
Son los que en los años sesenta
trabajaron a destajo en España o Alemania, con pluriempleo, que se compraron la
primera nevera a plazos con letras y consiguieron que, a base de su sacrificio,
sus hijos hicieran una carrera o aprendieran un oficio y tuvieran una vida
mejor que la suya y, de paso, colocaron a España entre las primeras economías
en desarrollo.
Fueron sometidos a permanentes procesos de ajustes
adaptativos en ideología, educación, costumbres, modas, gustos, lenguaje,
relaciones interpersonales y prácticas sociales. Han vivido importantes cambios y mutaciones
de toda índole, difíciles de imaginar en una sola generación.
Son los mismos que luego supieron
transitar de la dictadura a la democracia de una manera ejemplar, que asombró
al mundo, mientras sufrían la lacerante acción del terrorismo de toda laya. Y
fueron, también, los que consiguieron desarrollar una democracia plena en paz y
dar a este país los mejores años de prosperidad y libertad de su historia. Envejecieron, pero aún se les exigió que, con
su pensión y sus ahorros, ayudaran a sus hijos en la crisis de 2008; y lo
hicieron sin dudar.
Son los mismos que hoy, ya sin
futuro, desde las residencias, donde a muchos los ingresaron sus familiares, sufren
al ver como se desprecia y destroza su legado, y acaban perdiendo sus derechos,
su dignidad y el amor.
Pues llegó el bichito Covid y está
sociedad egoísta, insolidaria, deshumanizada, ayuna de principios éticos, los ha
dejado morir a chorros, mientras la gente aplaudía y cantaba en los balcones,
como si sufrir y morir fuera una fiesta; y el presidente los ocultaba hasta en
las estadísticas, se ufanaba de no dejar
a nadie atrás y recibía entusiastas aplausos de sus palmeros a sueldo.
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