Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

miércoles, 10 de julio de 2019

LA OPINIÓN DE JULIÁN DELGADO


Será publicado en el Diario mallorquín ULTIMA HORA, el próximo sábado día 13
MÁS AGITADOR QUE MINISTRO
Julián Delgado. Escritor

En Palma, en 1977, organizamos unos cursillos de sexología en la Fundación Dragán, el Instituto Europeo de Formación Permanente, que estaba bajo la dirección de Jaume Mateu, insigne mallorquín que tanto hizo por el desarrollo empresarial de su tierra. Contacté con el Front D´Alliberament Gay para ofrecerle su participación en los cursillos, absolutamente avanzados para el momento. En 1998 publiqué una novela, El sable roto, que denunciaba la persecución, ejercida con la más cruel brutalidad, y la tragedia personal y colectiva que padecieron los homosexuales durante el franquismo, libro que presenté en la sede de la LGTBI de la calle Fuencarral en Madrid. Digo todo esto para que nadie dude de mi posición al respecto.

La marcha del Orgullo del pasado domingo representó todo lo contrario del ideario de aquel Front: un movimiento que promovía la tolerancia, la convivencia, la diversidad frente al gueto en el que la sociedad les había confinado. Más de cuarenta años después, el movimiento se ha convertido en sectario, dogmático y excluyente; un movimiento que autoriza o veta a partidos por su ideología. Han invertido los valores, han pasado de excluidos a excluyentes, de víctimas a victimarios.

El colectivo LGTBI, como el feminismo radical y otras minorías, han sido secuestrados por la izquierda extrema, que otorga carnés y autoriza quiénes y cómo defenderán sus derechos; y establece la estética de la marcha: histriónica, ramplona, provocadora, con la que muchos homosexuales no se identifican.

Las agresiones de que fueron objeto los representantes de Cs., utilizando botellas, orines, escupitajos e insultos de todo tipo incluso el de un culo peludo amagando defecar ante los repudiados, constituyeron una infamia más de esa extrema izquierda que es hoy una ridícula caricatura de la revolución que nunca llegó a realizar.

Si el ministro Grande-Marlaska tuviera una pizca de dignidad, habría dimitido ya. No se puede azuzar a los vándalos señalando el objetivo. El ministro sabe perfectamente que no puede permitirse justificar y alentar agresiones callejeras y que señalar a alguien con el dedo frente a la turba puede tener consecuencias graves. Y quien lo hace nunca puede considerarse inocente.

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