Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

miércoles, 6 de diciembre de 2017

La Opinión de Javier Pipó

La Azotea

FELIZ ANIVERSARIO, ESPAÑA
6 de Diciembre 2017


       
        He querido subir a mi Azotea al siguiente día del comienzo de la campaña electoral en Cataluña, coincidente con los treinta nueve años desde que el pueblo español ratificó en referéndum la Constitución aprobada por las Cortes, en las sesiones celebradas el treinta y uno de Octubre del mismo año de 1978. Coincidencia macabra entre un monumento ejemplar de civilización y convivencia y unas elecciones convocadas en emergencia, tratando de sumergir en la impunidad un golpe de Estado fallido, conducido por ganapanes profesionales, manada de desecho que saben aprovechar la debilidad de un Estado conducido por pusilánimes patriotas de pitiminí. Pero el ruido de la calle resulta tan atronador, en pleno gran puente previo a las Fiestas navideñas, que dificulta reflexión serena de estas décadas prodigiosas de paz, libertad y progreso. La abandono satisfecho de creer vivir en país europeo moderno, democrático e imaginativo pero con el temor latente del riesgo que supone el desenvolvimiento de una nación, entre anclar la razón de su destino marcado hace siglos o dejarse llevar por esos imperceptibles demonios de la historia que una y otra vez le ponen al filo del abismo de su propio asolamiento.

        Miren, a mí la situación catalana me produce un enorme desasosiego. Y no por cómo viene desarrollándose el contragolpe al estúpido movimiento secesionista de los restos más pestilentes de la otrora brillante y próspera burguesía, ahora aliada suicida del más reaccionario y totalitario comunismo populista de corte castrochavista. No, porque cada uno, incluso las generaciones o los grupos sociales, se autodestruye por el virus malicioso de la ambición y resulta incapaz de encontrar el antídoto eficaz antes de la desaparición. Es la rueda de la Historia. A mí me preocupa y mucho, cómo en la coyuntura que se atraviesa, vienen a coincidir elementos exógenos y endógenos que aceleran la putrefacción de un sistema que nadie parece interesado en poner a salvo; como si fuera inevitable o mandato tétrico e inexorable de un destino marcado. En consecuencia, me preocupa el desenlace; lo que viene tras las elecciones.

        Europa, debe insistirse una y otra vez, se debate entre su nacionalismo diverso y estructural; el abandono innecesario e injusto de Gran Bretaña que no quiere perder su vinculación a USA; la pérdida seguramente permanente del paraguas yanqui ahora plegado al otro lado del Atlántico y agitado en sus raíces por una mano inquietante de proteccionismo nacionalista y populismo internacionalista y desde luego, la invasión silenciosa de musulmanes y africanos, unos en reconquista y otros huyendo de la miseria. De manera que la gran Europa soñada por los Padres de la Unión, cuna del pensamiento y la creación del liberalismo democrático y representativo, observa con preocupación cómo los totalitarismos comunista y fascista alejan nuevamente la libertad y el progreso. Aparte declaraciones más o menos diplomáticas de sus dirigentes políticos de poco serviría un apoyo coyuntural mirando al electorado propio y al agobio que se cierne sobre un proyecto muerto de éxito antes de alcanzar alguna de sus grandes utopías.

        Y aquí seguimos con un país paralizado, pendiente de alguna solución para Cataluña, aunque no llegará por la vía de las elecciones, pero presente con su golpismo pegajoso, autoritario y tercermundista; los Presupuestos GE sin aprobar; la Seguridad Social en déficit permanente y a punto de estallar; y una Constitución que hace aguas en la parte inútil porque no se cumple y por la útil porque no se aplica. De manera que el panorama nacional produce erisipela, vagando en el desconcierto que produce una clase política desnortada, trincona y alejada del sentir colectivo. Pero ahí tienen a ese fenómeno político llamado Sancheiglesias, experto en gamberrismo de Estado, planteando la necesidad de sacar a Franco del Valle de los Caidos o su compadre Iceta, tan simpático como gaseoso, pidiendo una quita de la deuda acumulada por el tripartito que él defiende y la creación de una Agencia tributaria al servicio de una Cataluña confederada. Claro, si los votan a ellos ¿por qué no votar a Colau, Puigdemont o Junqueras? Es lo mismo, si no peor.

        Seguramente la Constitución habrá de modificarse, pero no derribarla, construyendo sobre sus valores y principios un modelo de convivencia adaptado a una sociedad muy diferente a la década de los ochenta y noventa. Además el secesionismo catalán es síntoma inequívoco de la crisis del sistema. Parece nadie quiere recordar el Plan secesionista de Ibarretxe aun teniendo a su sucesor Urkullu pontificando sobre la conveniencia de exportar su modelo de privilegio y chanchullo al resto de los territorios. Otra vez el plumero al aire del nacionalismo sedicioso. Por ello, pensar en la posibilidad de consenso entre partidos constitucionalistas en inútil, salvo que triunfe el aparente triángulo de izquierda socialista y sus confluencias respectivas, el nacionalismo vascocatalán y la derecha indefinida que nos gobierna.


        De manera que la Constitución deberá ser reformada en base a técnicas de federalismo, pero más bien aprovechando soluciones instrumentales ya ensayadas en ejemplares federalismos europeos. Y tanto el modelo de financiación de las regiones como el régimen electoral general, deberían integrarse en el texto constitucional reformado. Y por supuesto, encajar de forma definitiva los Estatutos de Autonomía en el ordenamiento jurídico constitucional, estableciendo un modelo racional de competencias que debe quedar constitucionalizado. E intentar otros cuarenta años de democracia y de Nación que crea en su propio destino.             

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