Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

martes, 7 de febrero de 2017

La Opinión de Javier Pipó.

La Azotea

DE CÁDIZ A RIVERA
7 de febrero 2017


    El día 19 del próximo mes podrá conmemorarse los doscientos cinco años de la gloriosa Constitución de Cádiz. Tanto como decir el inicio del constitucionalismo liberal en la Nación española, el surgimiento de la libertad. O lo que es igual, el comienzo de un proceso no concluso que demuestra lo dificultoso de vivir en libertad, “nada más duro que el aprendizaje de la libertad” decía Tocqueville. A partir de entonces en España, la convivencia pasaría no por tener un buen amo, sino en no tenerlo. Ya no quedaría duda, la libertad no haría felices a los hombres, los haría sencillamente hombres, como enseñaba Azaña.  

    Y no puede ser pues, más oportuna la advocación de Alberto Rivera cuando dice a los españoles que ellos vienen a representar a los liberales de Cádiz para gobernar España. Adecuado sí es, no solo por la coincidencia en la celebración del aniversario sino por tener el coraje de una reivindicación de ese tenor en Nación antiliberal, sin rumbo, perdida en la palabrería inútil del populismo izquierdista y en la grosería peligrosa y liberticida del comunismo aún sobreviviente, incluso con pretensiones retro de totalitarismo y estatismo avasallador. Nadie puede dudar del triunfo en occidente de la democracia liberal que ha resultado no solo legítimo en su desarrollo histórico sino incomparable con otras formas políticas. Pero se inicia una nueva era, desconcertante y ya veremos la incertidumbre en su desenvolvimiento. Tiempos contradictorios y paradójicos, desde el capitalismo puro y duro en el totalitarismo comunista chino, exigiendo librecambismo y desaparición de fronteras para la economía global a la actitud favorable de G. Soros con los anticapitalistas o la posición del establishment USA contra el proteccionismo, no solo económico de Trump, en reacción violenta sin parangón desde la Guerra de 1860 

    Ya digo, me siento feliz con el anuncio de Rivera y le deseo inteligencia para su proyecto, constancia en el empeño y ambición ideológica para ser capaz de extender por todos los territorios de España, un cuerpo doctrinal que en poco más de trescientos años llevó a la humanidad a cotas, hasta entonces, inimaginables de prosperidad, riqueza y bienestar. Suerte, luz y razón porque hoy, en todo occidente, el liberalismo queda arrinconado por una ola de estúpido y simplificador populismo que divide a las sociedades en dos mitades tan irreconocibles como irreconciliables. Una, con raíces en el fascismo y la otra en el comunismo; ambas unidas por la deificación del Estado y el desprecio por la dignidad de la persona y el ciudadano, al que pretenden arrebatar un patrimonio irrenunciable e inalienable de derechos y libertades. Entre ambas, democracias sin demócratas, con más amantes de las cadenas que de la libertad.

    Si Rivera quiere entrar en territorio de un liberalismo feraz, no debe olvidar los tres ejes roussonianos que iluminaron la Constitución de 1812: el contrato social como fundamento del orden político y de la soberanía nacional; la ley como expresión de la voluntad general y la igualdad ante la ley, pero no por ley, como fundamento del pensamiento democrático. Y también recordar que el siglo XIX devora seis constituciones, instaurando el inicio del caciquismo, el sufragio manipulado y la farsa del sistema representativo, tapadera de las vergüenzas de poderes oligárquicos y corruptos. Es el siglo de la alternancia entre revolución y tradición, donde el constitucionalismo – como en nuestros días- no supuso factor de unión sino de discordia. Desde entonces y hasta la crisis de 1923/1936, son 125 años de fracaso constitucional y tras ellos, los totalitarismos arrasan Europa y lastran España, en historia inacabada que demuestra el riesgo continuo de la libertad. Las Constituciones de 1931 y 1978 significan última fase de un proceso inacabado que ahora parece recobrar la fuerza destructiva del reinicio.

    De la elección de Rivera, me preocupa el adjetivo que añade a liberalismo como opción, cuando lo califica de progresista, como si el liberalismo no fuese la fuerza progresista por antonomasia en los últimos trescientos años. Parece olvidar que uno de los muchos enemigos occidentales de la libertad, lo constituye la corrección política, como línea de pensamiento dominante, poniendo más interés en defender la identidad de los otros que la propia, que desprecia, ignora o asfixia cualquier desviación de lo establecido. Ya sé que el liberalismo democrático contemporáneo – neoliberalismo, se dice con pretensiones estigmatizadoras- es cuerpo teórico repleto de diferenciaciones, matices y sofisticaciones pero que debe concurrir en la teoría de la democracia con el socialismo democrático en mutuo apoyo y complemento. Su centrismo debe ser de táctica y no de estrategia, mucho menos de índice ideológico que ya no existe. El liberalismo dinámico y de nuestros días, ya digo, debe buscar apoyo en sus zonas más conservadoras o en los espacios socialdemócratas, formando el armazón necesario para resistir el embite gigantesco que se dibuja en el horizonte. Y el modelo doctrinal no debe sufrir desvío respecto de Arendt, Berlin y Hayek o más cercanos como Rawls, Habermas, Foucault, Rorty o Luhmann.

    Ojalá en su inmediato Congreso, el PP- que continúa siendo la única fuerza de garantía en la continuidad- logre encontrar así mismo su espacio ideológico que por ahora, en deriva gratuita, circula como pollo sin cabeza por la socialdemocracia moderada, aprovechando el vacío del PSOE y la indefinición de C´s. Si los socialistas entregan su Partido a Sanchiglesias, una degeneración del zapasanchismo, quedará un amplio espacio de centro derecha y centro izquierda que sería la fuerza regeneracionista necesaria. La izquierda totalitaria del comunismo populista está nutrida y en marcha a la conquista del palacio de invierno; el totalitarismo facistoide de derechas está en formación acelerada. A nosotros, la mayoría silenciada, otrora silenciosa, nos queda algo de esperanza y como diría Z. Bauman, solo una certidumbre, la incertidumbre. Pues eso.         



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