Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

jueves, 15 de enero de 2015

La Azotea de Javier Pipó

Artículo publicado hoy día 15 de Enero de 2015 en La Azotea del Diario "Córdoba"

…Y LLEGÓ 2015

Mediado el nuevo enero no muestro especial disposición a deseos sobre los que sustentar la esperanza de lo que viene, mayormente por su dificultad. Pero también para evitar caer en optimismo simplificador o retórico. Al comenzar 2014, deseaba para España en mi primera Azotea, solución a lo que consideraba tres graves situaciones. La del Estado, viejo, alojado en edificio ruinoso e insostenible; la de su Jefatura, coronada por Rey maltrecho, al que resultaba exigible vigor y autoridad en el ejercicio de su representación y despliegue de capacidades de moderación y arbitraje. Y la del Gobierno, nacido genéticamente débil, persistente en los errores, vacilante en sus decisiones, olvidadizo en los principios, asfixiado por la corrupción, empequeñecido ante la ingente tarea regeneracionista y desbordado por la leal oposición y la otra.

Al inicio del año nuevo debo reflexionar sobre si alguno de los trances apuntados muestra algún signo que haga mejorar mi percepción sobre el devenir de la nueva etapa que comienza. Y sí, señalo mi júbilo indisimulado por la oportunidad y forma en el recambio sucesorio de la Jefatura del Estado. Abdica y desaparece de escena institucional, no inesperadamente, un personaje singular que lleva consigo el reconocimiento de la mayoría por su enorme bagaje de servicio a la Nación y el formidable prestigio internacional alcanzado. Su figura parece finalmente perdida entre sombras, quizá fantasmas que seguramente no empañarán su protagonismo histórico. Y ahora, en nueva imprevisión constitucional, en país proclive a utopías republicanas conviven dos reyes y dos reinas consortes. Una ficción fabulosa. Pero el mecanismo ha resultado ejemplar en su funcionamiento y ello no es poco. La mejoría ha sido tan notable como perceptible. Felipe VI se esfuerza cada día en ejercer la representación dentro y fuera de la Nación con la dignidad exigible y el vigor necesario, evitando murmullos sobre la futilidad de la función o la ilegitimidad de su ejercicio. Intenta y por ahora logra, con palabras de García Pelayo “armonizar el carácter personal de la monarquía con su carácter corporativo de institución política independiente de la persona del Monarca”.

Trescientos años hace ahora, con su antecesor Felipe V, cuando comienza la tropelía manipuladora de la historia de Cataluña y su relación con España. Litigio no resuelto, atascado y con material explosivo suficiente para el estallido. Al último de la Dinastía corresponde ahora con urgencia propiciar un entendimiento fructífero entre las dos grandes fuerzas parlamentarias para modificar decididamente y sin temor una Constitución inservible que se incumple con descaro por su incapacidad para regular un Estado nada razonable, que este año debe refinanciar el 17% de su PIB, más que toda la producción de Portugal o emitir su Tesoro 243.000 millones de euros, casi el PIB de Dinamarca. Y también, arbitrar con los principales partidos fórmulas de lucha tajante contra la corrupción que desprestigia a la Nación, impide el progreso y pone en riesgo el sistema. Y desde luego lograr un mayor esfuerzo para financiar la Defensa nacional, al borde de la vulnerabilidad total, con un enemigo implacable, carnicero y totalitario que desborda sin piedad la débil, grasienta y descreída civilización occidental. España es objetivo fijo, como explicó hace años Gustavo de Arístegui y dentro se acrecienta una “quinta columna” de buenismo institucionalizado e ideológico ante la estulticia de los que debían ser sus guardianes, como bien conocen en los servicios secretos.

Ciertamente se espera mucho de su Magistratura. Dignidad, sacrificio, honestidad, rigor en el ejercicio de todas y cada una de sus funciones constitucionales y revitalizar al Estado anclándolo con firmeza en el mundo de principios, valores y sistemas que caracterizan todavía al occidente cristiano que ama la libertad y la democracia. Es el difícil papel que debe corresponder a un monarca del siglo XXI.

En cuanto al Gobierno Rajoy, pierdo la esperanza regeneracionista y la de reforma del Estado, pero no un acuerdo final con socialdemócratas para salvar el sistema, confiando continúen según me cuentan en voz baja, los encuentros discretos entre estadistas de ambas formaciones. Mientras, a populares se les deberá reconocer el éxito en alejar a la Nación de un desastre económico de consecuencias dramáticas. Pero siendo ello bastante no está resultando en modo alguno suficiente. Tienen un inmenso e irrepetible poder que emplean en enmendar y contabilizar parámetros, alejándose de principios, valores y promesas.

Debo repetir con Hayeck que nada se debe dar por supuesto, ni la libertad ni la democracia y añadir que sin ambas no existe el bienestar ni el progreso, solo angustia, miedo y pobreza.

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