LADRONES ( y 2)
Javier Pipó Jaldo10 de Agosto 2014
Un
viaje por la cleptocràtica democracia española debería hacer estación especial
en la hermosa tierra andaluza. Y no por la antigüedad, el volumen o la
sistemática del saqueo practicado, que también, sino por la trascendencia que
tan largo proceso produce en la mentalidad y comportamiento colectivos.
Junto
a la Cataluña mencionada en mi artículo anterior, del hurtonacionalismo
depredador y reaccionario, en modo alguno podemos olvidar el despojo criminal
repartido por las tierras de Valencia, Madrid o Extremadura, de Aragón,
Cantabria, Murcia o Castilla la Mancha, en los varios y variados cientos de
sumarios abiertos, como heridas que nunca cicatrizan porque a nadie interesa
curar. Son muestras vivas de una sociedad en crisis moral de carácter
estructural y de consecuencias devastadoras. Después de todo podemos elegir
territorio y Partido, contarlo en miles o en millones, elegir entre latrocinio
público o privado, entre políticos o próceres, entre empresarios de relumbrón o
autónomos de la trampa.
El
español de nuestro tiempo y no digamos el andaluz, conoce de cerca los desmanes
de unas élites extractivas que desde las Administraciones Públicas a las
organizaciones no gubernamentales, o si pero que viven del erario público;
desde las grandes corporaciones a los cuerpos sociales intermedios, vienen
mostrando desprecio por los principios y valores que configuran aún la Europa
civilizada del pensamiento, el progreso y la libertad. Y ese comportamiento
abyecto, en algún momento emanado de la propia Jefatura del Estado, traslada a
la sociedad un modelo nada ejemplar que ha calado profundamente en la familia,
la empresa, en los círculos de influencia de personas o grupos, convirtiendo la
sociedad en espacio descarado donde circula el contrato fraudulento o
simplemente su incumplimiento; el abuso de poder o el trato abusivo en las
relaciones laborales, mercantiles o sociales. Y ello, envuelto en ambiente
tensionado, rígido, de intolerancia y egoísmo, donde lo importante es la
apariencia, aunque tras ella habite el vacío, o la imagen, aunque no soporte la
autenticidad o mejor, la verdad. Todo queda en copia o refugio de un tiempo
pasado donde al menos la esperanza era producto del esfuerzo, la preparación y
el orden social previsible y no de un poder omnímodo que reparte solidaridad
obligada y encima contempla el sistema como autoservicio de enriquecimiento,
aún cuando administran una Nación en nombre de valores sagrados de democracia y
libertad.
Por
eso el robo nacional practicado generosamente por los piratas de las
instituciones, ha logrado traspasar la frontera de lo medible, el límite de lo
razonable, el volumen de lo tangible. Y aquí, seguramente no será posible
restablecer las reglas de convivencia o al menos de legalidad porque el
ordenamiento jurídico se verá desbordado por quienes lo han burlado y el poder
judicial aparecerá, como incapaz de abarcar un territorio tan amplio, ni
siquiera a modo de red de arrastre que devaste los bajos fondos de la
corrupción.
El
trabajo de la Juez Alaya, concienzudo, meticuloso y casi heroico, es el de una
profesional con apariencia de fragilidad, pero que engrandece el papel de la
mujer hasta un horizonte que jamás soñaron profesionales de plastilina del
feminismo ideológico de tres al cuarto, y desde luego el de la judicatura, que
acerca con esperanza a un pueblo frustrado y harto de tanto ladrón enquistado
en los pliegues de la ley.
De
manera que en Andalucia, tras más de treinta años de Administración-Providencia
que sustrae a los ciudadanos su responsabilidad a cambio de la libertad de
decidir aunque con derecho a permanecer flotando en la estúpida utopía,
presenta ante Europa los peores índices de bienestar, pero los más amplios y
sólidos en corrupción. Así, para vergüenza colectiva y página negra de la
Historia, desfilan por la pasarela del deshonor y la rapiña, cientos de
avispados robaperas y lo más granado del socialismo moderno y del autoprogreso,
empezando por los que ejercieron la Presidencia de la socialdemocracia española
durante decenios y la representación del Estado en la Comunidad. Cuanto
recuerdo de aquellos comienzos inocentes e indecentes en que sólo se trataba
del Gobernador del Banco de España, del Ministro del Interior, del Jefe de la
Guardia Civil o de las responsables de la TV Pública o del BOE.
Ahora,
a quien toca decidir el camino a tomar es al TS y a la opinión pública ahora
llamada ciudadanía, empezar a dudar. Pero si la justicia no entra a saco, con
manos limpias e independientes, en este paraíso de la corrupción total; si no
salen jueces valientes de las madrigueras que proporciona la falda política de
la Justicia, que a modo de capa todo lo tapa, el resultado será una frustración
explosiva. Por eso aumenta el temor a un nuevo salvapatrias. Y el que en el
horizonte se ahora dibuja, esgrime como modelo la hoz y el martillo de las
revoluciones castrista o bolivariana. Es decir, el modelo transparente de la
limpieza, el progreso y la libertad.
Pero
no todo está perdido para la democracia, ni estará, mientras queden jueces como
Alaya y prensa libre dispuesta a denunciar el abuso y el despojo de estos
ladrones.
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