Artículo que será publicado por el Diario ULTIMA HORA de Mallorca
LA LEY DE PROPAGANDA HISTÓRICA
JULIÁN DELGADO.
ESCRITOR
Desde
que Zapatero abolió el pacto constituyente y decidió legitimar la pretendida nueva
España vinculándola con la Segunda República, los partidos de izquierda han
vivido con pasión retrospectiva la rememoración de la Guerra Civil, con un
enfoque maniqueo y distorsionado de los hechos. Lo que los viejos roqueros
saldamos en la Transición, la izquierda de hoy lo revive y alienta el
enfrentamiento entre nuestros nietos. El mensaje es simple, como todos los
populistas: hubo un bando que encarnaba el mal del fascismo y otro inocente de
toda culpa, que representaba la libertad y la justicia. De esta forma, los
crímenes del franquismo respondían a una diabólica política de exterminio,
mientras que los del bando republicano eran la justa respuesta del pueblo
oprimido.
El
más grande de los engaños es identificar a los revolucionarios antifascistas de
entonces con la República y la democracia. Socialistas, comunistas, anarquistas
(cenetistas y faístas) y trotskistas del POUM no lucharon por la República
burguesa que consagraba la Constitución de 1931, lucharon por la revolución.
Los estrategas de la memoria democrática
engañan a la sociedad cuando confunden a aquellos antifascistas con luchadores
por la democracia, que en aquellos años estaba en horas bajas frente a las dos
grandes ideologías totalitarias que se abrían paso: comunismo y fascismo, que
estaban sustituyendo a las democracias liberales en varios países europeos.
Anarquistas y trotskistas combatieron a la República desde el principio y
protagonizaron tres intentonas armadas entre 1931 y 1932, emplearon la
estrategia de huelgas generales salvajes y causaron unos 200 muertos. Si
Durruti o Nin levantaran la cabeza y vieran que la izquierda de hoy los incluye
en el bando demócrata-burgués, se liarían a mamporros con tanto farsante. Los socialistas, después de desplazar a los moderados
Besteiro y Saborit y haber perdido las elecciones de 1933, cambiaron su
estrategia y, liderados por Largo Caballero e Indalecio Prieto, derivaron hacia
la revolución y la dictadura del proletariado y, en 1934, asestaron a la
República un golpe revolucionario que costó mil quinientos muertos. En 1936 los
comunistas hicieron un uso instrumental de la República: primero, ganar la
guerra; después, hacer la revolución y convertir España en un Estado
subordinado a la Unión Soviética.
La
mayoría de la derecha tampoco albergaba un espíritu democrático. El modelo de
estado de la CEDA era autoritario, a pesar de no haber roto la legalidad
republicana. Los otros partidos de derechas (carlistas, monárquicos y
falangistas) tenían como objetivo común acabar con la democracia republicana. Sí
hubo partidos y grupos sociales que defendieron la democracia y la República:
Izquierda Republicana de Azaña, los radicales de Alcalá Zamora, liberales
progresistas y conservadores, catalanistas moderados y el sector socialista de
Besteiro.
Fue
una época de intolerancia en la que eran muy pocos los que tenían convicciones
democráticas. Se vivía el periodo que antecedió a la Guerra Mundial en el que
Europa cayó presa de la brutalización de la política, como la calificó E.
Nolte. Una vez comenzada la guerra, del estado republicano quedó una cáscara
vacía y a la legalidad republicana se superpuso la brutalidad revolucionaria.
Mucho antes de acabar la guerra, la República había muerto.
La
memoria democrática responde a un
revisionismo que pretende borrar de la memoria de los españoles los crímenes
perpetrados por los antifascistas de aquellos años y resaltar los del otro
bando. De esta forma, la izquierda intenta presentarse como única heredera de
los valores democráticos republicanos y le deja a la derecha el deprimente papel
de heredera del fascismo. La memoria
democrática ni es memoria ni es historia ni es democrática. No es memoria,
porque ésta es individual y subjetiva, no colectiva. No es historia, porque ésta
es una disciplina científica y no admite una versión oficial; la historia, en una
sociedad libre, no se basa en la memoria sino en la investigación y el análisis
de los datos que sobreviven del pasado. No es democrática, porque quiere
imponer una versión oficial partidista y maniquea de la historia y rechaza la
libre investigación e interpretación. Es, pues, la negación de la inteligencia,
la sumisión de la historia a los intereses partidistas de la actual mayoría
parlamentaria. Una versión politizada, artificial, creada por publicistas,
activistas de la política, periodistas de parte o historiadores sectarios que
crean mitos y leyendas acerca del pasado. Es, pues, una doctrina de Estado.
Sánchez,
sumido en sus vacíos culturales o bien, y más probablemente, esgrimiendo la
mentira como parte integrante de su ser, tuvo la desfachatez de decir en su
viaje a EEUU que la II República es nuestro
mejor pasado. Si fue así, debería explicarnos por qué el PSOE intentó un
golpe de Estado, declaró la huelga general revolucionaria, llamó a la guerra y
a la revolución socialista y, al final, con Negrín, se echó en brazos de Moscú.
En cualquier caso, el periodo republicano de 1931 a 1939 no es nuestro mejor
pasado sino el más trágico y convulso de España en mucho tiempo.
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