Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

lunes, 2 de agosto de 2021

LA OPINIÓN DE JULIÁN DELGADO

 

Artículo que será publicado por el Diario ULTIMA HORA de Mallorca

 

LA LEY DE PROPAGANDA HISTÓRICA

JULIÁN DELGADO. ESCRITOR

 

 

Desde que Zapatero abolió el pacto constituyente y decidió legitimar la pretendida nueva España vinculándola con la Segunda República, los partidos de izquierda han vivido con pasión retrospectiva la rememoración de la Guerra Civil, con un enfoque maniqueo y distorsionado de los hechos. Lo que los viejos roqueros saldamos en la Transición, la izquierda de hoy lo revive y alienta el enfrentamiento entre nuestros nietos. El mensaje es simple, como todos los populistas: hubo un bando que encarnaba el mal del fascismo y otro inocente de toda culpa, que representaba la libertad y la justicia. De esta forma, los crímenes del franquismo respondían a una diabólica política de exterminio, mientras que los del bando republicano eran la justa respuesta del pueblo oprimido. 

El más grande de los engaños es identificar a los revolucionarios antifascistas de entonces con la República y la democracia. Socialistas, comunistas, anarquistas (cenetistas y faístas) y trotskistas del POUM no lucharon por la República burguesa que consagraba la Constitución de 1931, lucharon por la revolución. Los estrategas de la memoria democrática engañan a la sociedad cuando confunden a aquellos antifascistas con luchadores por la democracia, que en aquellos años estaba en horas bajas frente a las dos grandes ideologías totalitarias que se abrían paso: comunismo y fascismo, que estaban sustituyendo a las democracias liberales en varios países europeos. Anarquistas y trotskistas combatieron a la República desde el principio y protagonizaron tres intentonas armadas entre 1931 y 1932, emplearon la estrategia de huelgas generales salvajes y causaron unos 200 muertos. Si Durruti o Nin levantaran la cabeza y vieran que la izquierda de hoy los incluye en el bando demócrata-burgués, se liarían a mamporros con tanto farsante. Los socialistas, después de desplazar a los moderados Besteiro y Saborit y haber perdido las elecciones de 1933, cambiaron su estrategia y, liderados por Largo Caballero e Indalecio Prieto, derivaron hacia la revolución y la dictadura del proletariado y, en 1934, asestaron a la República un golpe revolucionario que costó mil quinientos muertos. En 1936 los comunistas hicieron un uso instrumental de la República: primero, ganar la guerra; después, hacer la revolución y convertir España en un Estado subordinado a la Unión Soviética.

La mayoría de la derecha tampoco albergaba un espíritu democrático. El modelo de estado de la CEDA era autoritario, a pesar de no haber roto la legalidad republicana. Los otros partidos de derechas (carlistas, monárquicos y falangistas) tenían como objetivo común acabar con la democracia republicana. Sí hubo partidos y grupos sociales que defendieron la democracia y la República: Izquierda Republicana de Azaña, los radicales de Alcalá Zamora, liberales progresistas y conservadores, catalanistas moderados y el sector socialista de Besteiro.

Fue una época de intolerancia en la que eran muy pocos los que tenían convicciones democráticas. Se vivía el periodo que antecedió a la Guerra Mundial en el que Europa cayó presa de la brutalización de la política, como la calificó E. Nolte. Una vez comenzada la guerra, del estado republicano quedó una cáscara vacía y a la legalidad republicana se superpuso la brutalidad revolucionaria. Mucho antes de acabar la guerra, la República había muerto.

La memoria democrática responde a un revisionismo que pretende borrar de la memoria de los españoles los crímenes perpetrados por los antifascistas de aquellos años y resaltar los del otro bando. De esta forma, la izquierda intenta presentarse como única heredera de los valores democráticos republicanos y le deja a la derecha el deprimente papel de heredera del fascismo. La memoria democrática ni es memoria ni es historia ni es democrática. No es memoria, porque ésta es individual y subjetiva, no colectiva. No es historia, porque ésta es una disciplina científica y no admite una versión oficial; la historia, en una sociedad libre, no se basa en la memoria sino en la investigación y el análisis de los datos que sobreviven del pasado. No es democrática, porque quiere imponer una versión oficial partidista y maniquea de la historia y rechaza la libre investigación e interpretación. Es, pues, la negación de la inteligencia, la sumisión de la historia a los intereses partidistas de la actual mayoría parlamentaria. Una versión politizada, artificial, creada por publicistas, activistas de la política, periodistas de parte o historiadores sectarios que crean mitos y leyendas acerca del pasado. Es, pues, una doctrina de Estado.

Sánchez, sumido en sus vacíos culturales o bien, y más probablemente, esgrimiendo la mentira como parte integrante de su ser, tuvo la desfachatez de decir en su viaje a EEUU que la II República es nuestro mejor pasado. Si fue así, debería explicarnos por qué el PSOE intentó un golpe de Estado, declaró la huelga general revolucionaria, llamó a la guerra y a la revolución socialista y, al final, con Negrín, se echó en brazos de Moscú. En cualquier caso, el periodo republicano de 1931 a 1939 no es nuestro mejor pasado sino el más trágico y convulso de España en mucho tiempo.

 

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