Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

martes, 15 de noviembre de 2016

La Opinión de Javier Pipó.

La Azotea


A PROPÓSITO DE TRUMP Y EL POPULISMO
15 de Noviembre de 2016



   En plena burbuja de trumpismo quizá no fuera conveniente referirlo desde La Azotea, ante ánimos caldeados y en movilización permanente de personajes y medios de comunicación más propensos a la hipérbole que al sosiego del análisis. Ahora, resulta más seguro por cómodo, popular y políticamente correcto despotricar contra Trump – como en su momento se hizo contra Reagan- que desmenuzar el fenómeno y ubicarlo en las diversas corrientes que en nuestro mundo cambiante conducen sin remedio a terreno movedizo, nada previsible por novedoso- aunque no tanto- pero sí desconocido en sus consecuencias. Desde luego no me encuentro en disposición de improvisar tesis alguna sobre el fenómeno populista, pero sí al menos reflexionar dentro de los estrechos límites de comentario como este, sobre alguno de sus aspectos, al considerar inciden de forma directa en nuestra actualidad.

   Con simpleza, podría decirse que el populismo moviliza votos, con promesas no realistas pero populares y oportunas, aprovechando o estimulando las emociones o el miedo de un sector amplio de la sociedad. Ahora, en plena y difícil transición hacia la cuarta revolución industrial, donde se confunde industria con servicios- llamada por algunos servindustria- y los intercambios se globalizan junto con la información, aparece de manera generalizada una reacción de desencanto y temor hacia las instituciones políticas y un clamor contra los desequilibrios económicos y sociales que provoca. Y aún más, por si fuese poco, la presión de movimientos migratorios multitudinarios, no siempre relacionados con la guerra. En este sentido Trump es tan populista como revulsiva su personalidad, más cercana a vulgar sexista y patán; tan llena de altanería impresentable, como vacía de valores acordes a la tradición democrática occidental y los principios que dieron luz a la hermosa Constitución USA de 1787. Pero ya me dirán si resulta posible, como muchos pretenden, incluir a Trump entre la extrema derecha o el fascismo sin más. Menudo disparate. Gobernará vigilado estrechamente por potentes contrapoderes que hará imposible cualquier desviación constitucional y se atendrá con matices a su letra y espíritu. Ha conseguido con zafiedad insoportable y por la flojedad de su oponente, conseguir el fin de la Presidencia, con medios injustificables desde el decoro exigible. Su riesgo está, seguramente, en el proteccionismo que predica; en el miedo al librecambismo y su pretendido y rancio nacionalismo replegado a sus fronteras y orillando la otrora fuerza impulsora de la libertad como modelo universal, protegida por su poderoso ejército, trasladable hasta los confines.

   Pero el populismo es fenómeno más propio del siglo XX – como el peronismo y otros muchos más nefastos y disolventes- con temibles secuelas en el XXI, pero donde nuevamente confluyen comunismo o más finamente, socialismo del siglo XXI; fascismo renacido y nacionalismo siempre atento y oportunista a la debilidad de los Estados. En el fenómeno siempre hubo una estrategia común, empezando por ese mecanismo de inclusión del sentimiento de comunidad, de pueblo, de gente, a quien el populismo atribuye características positivas de inocencia, honestidad, desamparo. Enfrentándolo a enemigos comunes dotados de rasgos negativos de explotación, traición, conspiración y marginación, a quienes excluye; como Maduro y el imperialismo USA o los empresarios explotadores; para Trump, los mexicanos delincuentes y la presión migratoria descontrolada hacia el paraíso; o para Iglesias y Tsipras, la deuda ilegítima, los burócratas europeos o los bancos. En fin, como al resto de populistas de nuestro entorno, cercanos ya al poder y en explotación de esa inmigración que amenaza desdibujar la Europa de las naciones, en absorción más que preocupante por el islamismo arrasador. En cualquier caso, discurso alimentado de conflictos, de disenso, cuando no de odio, polarizando sociedades ya de por sí fragmentadas. Quizá se camina hacia un cóctel explosivo que dejará demasiados perdedores, empezando precisamente por los grupos sociales ya vulnerables de por sí y a los que el populismo dice defender.

        En definitiva, aún cuando Trump posee muchos rasgos de populista, no pasa de bocazas que avergüenza la grandeza del constitucionalismo norteamericano. Y desde luego, carece de muchos de los elementos del populismo de izquierdas y derechas que comienza a barrer Europa. No es liberticida, ni idolatra el Estado, ni le obsesiona el igualitarismo, ni busca la concentración de poder. No aparecen en Trump los elementos de ideologización antiliberal – neoliberal le llaman- antiindividualista y anticapitalista que están curiosamente en la osamenta estructural del nazismo, del fascismo y del comunismo clásico o su espectro circense del socialismo siglo XXI, bolivariano e inculto. Porque el populismo europeo es hijo putativo del comunismo reconvertido, gestado entre lo intelectual y lo pragmático. Por eso, el populismo marxista leninista de Iglesias intenta alcanzar el poder marginando cualquier ensoñación de rebelión armada; más bien subido al lomo de Gransci, pretende dominar primero el mundo de la comunicación y la cultura y luego, las instituciones a las que desprecia por su carácter burgués..


     Si las utopías se han sucedido a lo largo de la historia, como la Ilustración no vivida por España que contenía un profundo utopismo, hoy vivimos el fracaso de las grandes y devastadoras conocidas como comunismo y nazifascismo. Nos debe quedar el recuerdo intelectual de las hermosas de los siglos XVI y XVII, siglos clave en la historia europea, como la Sinapia atribuida a Campomanes; Nueva Atlántida de F. Bacón; La Ciudad del Sol de Campanella o la Utopía de T. Moro que ahora conmemora 500 años. Todas ellas a la busca de una sociedad perfecta e ideal, con crítica descarnada a las estructuras sociales existentes. Como las ideologías desde hace siglo y medio. Dijo Lamartine, en ataque de optimismo, que las utopías son verdades sin madurar. Prefiero pensar que en la historia de la cultura humana no hay marcha atrás. Ojalá.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario