EL DÍA SEIS
La celebración de la Fiesta de la Constitución ha resultado
deslucida, de trámite. Eso sí, inicia un largo mes antes de Reyes, fecha de
finalización de la temporada de alegrías sin fin, donde parece que de nuevo
cundió el deseo de gasto y buena vida. No más allá del siete de Enero volverá
una realidad muy dura para muchos, de continuación del festejo para los de
siempre y la rutina para la mayoría silenciosa que aún espera señal sensata de
sus dirigentes sobre una Nación caminando por senderos de progreso y bienestar.
Pero el año político que comenzará tras la Pascua Militar
supone en esta ocasión el fin de una Legislatura respaldada en sus inicios por
una mayoría social tras los oscuros y estúpidos años de zapaterismo
reaccionario que dejó España al borde del abismo y de la ruina, económica,
moral y desprestigio internacional. El destrozo causado será relatado sin duda
en los libros de Historia con muy duros reproches, quizá tantos como a lo largo
de doscientos años se han podido hacer a otro felón como Fernando VII.
El horizonte pareció sonreír y dibujarse en la alegría de un
pueblo que tras la pesadilla, despierta y comienza el sacrificio, palpando y
alejando a quienes fueron capaces de traer a gobernar a tan ilustres gazaperas.
Y ello quedó reflejado en la mayoría absoluta otorgada a los que aseguraron ser
capaces de poner orden en el desorden, luces en las sombras y esperanza en
superar el desprestigio del hundimiento.
Pero cuando se encara el final de Legislatura que debió ser
de retorno de la Ilustración, de alegría de protagonizar el definitivo anclaje
de la Nación española en esa isla de libertad y progreso que se llama Europa,
el sabor amargo volverá al paladar de millones de españoles. Porque estos tres
años, han constituido una magnífica escuela de contables que salvaron España de
la caída en un abismo desconocido pero la sumieron en el desconcierto y la
incógnita de su futuro político y del mantenimiento de un patrimonio obtenido
tras generaciones de carencias. Nadie pudo suponer que Rajoy, salvo en
economía, nos llevaría a sufrir una tercera legislatura zapaterista en tantas y
tan importantes materias como la unidad nacional en riesgo total; la corrupción
incesante, generalizada y en gran parte impune, considerando algo así como que
el regeneracionismo no es de derechas; la seguridad jurídica en el recuerdo; la
estructura de un Estado imposible, con deuda gigantesca e imposibilidad de
financiarlo; el sistema tributario en contra de los intereses generales y del
sentido de lo prometido; el incumplimiento impune de la Constitución, como la
irritante burla de la Ley de Estabilidad con base en el artículo 135 de
aquella; el escarnio permanente al sistema de etarras y nacionalistas catalanes
o vascos; la desmoralización nacional, inmoralidad de la vida pública y
vulgaridad de la vida social; el atasco y politización de la Justicia, con la
rebelión reiterada de la Audiencia Nacional; el desorden en las Instituciones;
el riesgo de estallidos sociales, con paro y desigualdad crecientes. Con
educación pública que no supera estándares de país desarrollado. Y la puerta
abierta al miedo colectivo, ante un nuevo riesgo de autoritarismo y recesión
cuando se entregue el poder a iluminados revolucionarios de extrema izquierda
deseosos de revancha. Y tantas otras cosas que importan y mucho a una mayoría
formada e informada que de nuevo comienza a ver como se cierra el maldito
circulo que históricamente nos mantiene prisioneros de la tiniebla.
Y ya me dirán el entusiasmo en la celebración del festejo.
Una Fiesta nacional de celebración de 36 años de vigencia de la Constitución,
cúspide del ordenamiento jurídico, reguladora de las instituciones del Estado y
sus poderes, del catálogo de los derechos individuales y colectivos de los
ciudadanos, ¿Por qué no acude el Rey? ¿Acaso no es celebración de Estado y él
es el Jefe, símbolo de su unidad y permanencia y su más alta representación?
¿No es nueva etapa? Si hay que modificar el protocolo del evento, pues se
modifica, pero se le da fuerza y sentido unitario. Menudo numerito el de los
Presidentes de Comunidades Autónomas ausentes, nada menos que trece. O el del
Presidente del Congreso en lapsus voluntario de su discurso hablando como
"Jefe del Gobierno", creyendo seguramente poder ocupar el hueco
dejado por su titular o instando la reforma de la Constitución cuando en el
mismo edificio el titular y okupa del Gobierno dice que ni hablar en esta
Legislatura. Prefiere la próxima que él estará en Santa Pola. O el espectáculo
de indigencia política del tal Sànchez con el mismo tema, aunque no sepa decir
que quiere cambiar, cómo, cuándo ni para qué.
Quizá nadie fue capaz de plasmar en lienzo la realidad
nacional declinante, como Antonio López. Ha logrado veinte años después, con
cobro anticipado y en cantidad inmerecida, reflejar el rostro vulgar de una
familia corriente preparada como invitada para ir de boda o asistir a una
primera comunión. Desapareció hasta el simbolismo y glamour singular de la
monarquia, la magia de su imagen trascendiendo lo cotidiano al poseer ese
magnetismo de lo permanente y estable. Pero en el cuadro no son los que están
sino el catálogo algo vulgar de los que no son ni se les espera, taponando luz
a los que deberían ser y estar como tales. Es un regalo de Reyes republicanos
para un día de una Constitución monárquica apoyada por unos cuantos
antimonárquicos y republicanos de bien. Que Dios nos ampare a nosotros y a
nuestra hermosa Constitución.
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