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jueves, 11 de diciembre de 2014

La Azotea de Javier Pipó en Diario "Córdoba"

Publicado Hoy día 11 de Diciembre en la página 5 de Opinión

EL ALMA SENSIBLE
 

Hace quince meses de la elevación de Susana Díaz a la Presidencia de la Junta, creando expectación pero ninguna esperanza. Al menos entre determinados observadores de la vida política de esta hermosa pero atrasada Comunidad que figura en tercer lugar en cuanto a volumen de PIB tras Madrid y Cataluña, pero en la cola de su distribución por habitante solo seguida de Extremadura. Como opinador independiente le dediqué entonces un comentario titulado El Relevo en el que tras lamentar la penosa herencia, especulaba que el experimento Susana no supondría más allá de un recambio en la apretada burocracia socialista, tan desgastada como la utopía pregonada desde hace más de treinta años. Terminaba resignado, confiado en que supiera dosificar sus virtudes políticas evitando así una degradación mayor que la de sus antecesores.

Cuando el aparato de poder celebraba felizmente sus primeros cien días de gobierno, la efemérides coincidió con la mitad del mandato de Rajoy, Presidente que salvó España del caos económico y la sumió en la desazón política. Dos años de uno y cien días de otra. Una yendo, otro viniendo aunque de ambos solo resultase constatable las carencias y falta de trapío político.

Pero Susana, aparecía cercana a su pueblo, voluntariosa, empeñada en hacer y decir muchas cosas, como formular la necesidad de “recuperar la confianza de los ciudadanos” o “el deber de reconocer errores” o iniciar el camino hacia “un nuevo modelo productivo” y así. Y conforme Alaya apretaba, ella recitaba una y otra vez las teorías sobre la falta de temblor en la mano, la absoluta colaboración con la Justicia o la acción decidida de su Gobierno “implacable contra la corrupción”. Pero nunca desvelando el contenido de su nueva etapa repleta eso sí, de grandilocuencia, frases vistosas, presencia aquí y allá, opinando en entrevistas o peroratas parlamentarias y desde luego comenzando a descubrir el peligro de una aventura compartida con quienes no tienen más programa que el autoritarismo liberticida.

Y en estas, al filo de septiembre, nos sale con la confesión de que ella es roja, como Zapatero pero cambiando el feminismo del estadista por la decencia, que es apuesta arriesgada en esta tierra. Y no sin cierta maledicencia quise endilgarle en comentario que con esa proclamación quizá no pretendiera más allá de hacerse un hueco en el vendaval de extrema izquierda radical que nos azota y ennegrece el futuro. Pero justo quince meses después de hacerse con la Presidencia, mucho tiempo para quien asume la responsabilidad de continuar un legado de casi 35 años, con participación activa los últimos 25, se descuelga en entrevista glamurosa con lo mucho que dice gustarle cambiar las cosas y no resignarse a que España juegue “la liga de los perdedores” o a que se feminice la pobreza.

Y en mística levitación o en simple síndrome confusional, nos dice que “la corrupción es de esas cosas que le rompen el alma”, como si el alma no fuese término vago que exprese un principio desconocido pero de efectos conocidos. Los griegos hablaban de las tres almas, sensitiva, la del soplo del espíritu y la de la inteligencia que Santo Tomás situaba en el pecho, en todo el cuerpo y en la cabeza. ¿Cuál y dónde la tiene la Presidenta? Parece más bien alma en pena o alma partía necesitada de muchas mas tiritas que el corazón de Alejandro Sanz. Pero también de sosiego porque precisamente ahora resulta presuroso y tajante en demasía decir encontrarse tan lejos del populismo comunista como del PP. No le negaré, como Napoleón a los estadistas, su derecho al sentimentalismo, aunque parezca más bien una inexperiencia excesiva.

Miren, mi ingenuidad me llevaba a seguir confiando en la venida de líderes brillantes, predecibles, estables, con sentido de Estado, con equipos preparados, creativos, capaces de sacar Andalucía del pozo de la dependencia. Cuán lejos queda una oposición, con o sin Bonilla, insípida, agarrada al mismo libreto y una Presidenta, ya digo, circulando disfrazada de Violeta, entre Peter Pan y Zapatero.

Me deprime la extrema dificultad de los dos alevines de estadistas, representantes de la mayoría social que estructura la representación política española, para acordar una reforma de la Constitución, un plan radical contra la corrupción y una concepción común de la Nación. Y todo ello antes de que el sistema resulte ingobernable deshilachado entre multitud de tendencias para de inmediato caer en la dictadura populista de los liberticidas.

La Presidenta debe jugar un papel esencial, reconduciendo a su telonero hacia una concepción del Estado que impida la destrucción del sistema, ahora que parece despegar la economía. Que su canto entre sirena y jilguero se escuche en los salones del Reino. Al menos le damos un papel a su alma partía.   

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