Tribuna abierta de opinión

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sábado, 8 de marzo de 2014

La Opinión de Javier Pipó


LA POLÍTICA FABULADA
7 de Marzo 2014
 
Seguramente la política española entra en fase de fábula continuada, con narradores vistiendo las galas intelectuales que pueden, para llevar a cabo una ficción alegórica que sirva al menos para deleitar, para entretener, ya que no para enseñar.

Ya ni siquiera se pone de relieve el vicio o los defectos de alguien para escarmiento de la colectividad, en eso consistía la sátira literaria. Ahora por el contrario, se caricaturiza y censuran los defectos, incluso los extravíos colectivos, para escarmiento de los individuos, es decir, se fabula. Desde luego no en manos de literatos tan ilustres como  Rosseau y su Pigmalión, La Fontaine, Samaniego o Tomás de Iriarte, recreando a Esopo en “la zorra y las uvas”, “la cigarra y la hormiga” o “el gallo y el zorro”. Ni mucho menos.

Ahora no es necesario personificar animales para que el pueblo obtenga enseñanza útil o moral. La fábula está en manos de políticos y la enseñanza se obtiene de los números, de la estadística, de la macroeconomía y si fuese necesario, de ese pasado atragantado que nos impide el movimiento en la Historia. Es decir, la educación, la bandera, el territorio o la religión. Siempre mirando atrás, siempre con el siglo cambiado. Y no resulta necesario narrar ejemplos de fábulas y poner nombre a fabuladores porque sería tanto como satirizar sobre la vida política española y señalar, seguro que pedagógicamente, lo que todos conocen.

Fíjense, por ejemplo, la fábula histriónica sobre la colosal y universal Mezquita-Catedral de Córdoba, que deberá volver al pueblo, al que se arrebató hace ochocientos años y ahora de forma espontánea comienza a reclamar. Bueno, esa espontaneidad que da el alinearse tras la elite, la vanguardia intelectual y política, conocedora de cómo y cuando es el momento. Este es. Pero ya me dirán la honda preocupación que dicen manifestar intelectuales tan íntegros e incorruptibles como el que fuera excelente y transformador alcalde de Córdoba, apelando a los “cordobitas” para impedir su pase a “manos privadas”.

Pues resulta difícil asimilar en personaje fabuloso como Anguita, republicano federalista, agnóstico, alérgico a la corrupción, de sólida formación teórica, referente de la izquierda española, aunque de ideología con escasa gloria colectiva, alejada de las democracias representativas y parlamentarias europeas, pero esencial.

Él, que ha circulado con éxito por la vida política, muy por encima de camaradas como Gerardo Iglesias, Frutos, Llamazares, Lara o el propio Carrillo, se posiciona ayuno de argumentos en tema de trascendencia en el mundo de las creencias, en la convivencia social y en el debate político y jurídico. Eso me llevaría a incidir una vez más en la profunda y total crisis que soportamos.   

Recuerdo que ahora hizo 33 años, cuando Anguita, siendo alcalde, mantuvo una polémica de mucho interés, recriminando al Obispo Infantes Florido su crítica a la cesión a la comunidad musulmana por parte del Ayuntamiento de dos inmuebles, antiguas mezquitas, que calificó como “error histórico” ya que iba más allá de las competencias que la gestión pública puede realizar para el bien de una colectividad. El Alcalde, en brillante respuesta que escandalizó a la comunidad católica, contestó: Le recuerdo que soy su Alcalde pero su Ilustrísima no es mi Obispo. Añadiendo que el clérigo confunde los planos en que deben moverse ambas autoridades.

Es la respuesta de un intelectual inquieto y valioso, porque le trae a colación nada menos que la teoría de los dos deberes, espirituales y seculares y dos organizaciones institucionales que no podían ser irreconciliables. Le esgrime, la antigua tesis de la división de la lealtad, de la fidelidad compartida, sin abismo imposible entre la “querida ciudad de Cecrops” y la “querida ciudad de Dios” que tanto apasionó a Séneca y los Padres de la Iglesia.

Que lejanía intelectual de la teoría ahora mantenida, en polémica parecida aunque más trascendente, representada mediante el subgénero del melólogo, con acompañamiento de un penoso coro de intelectuales en declive. Que pobreza argumental cuando el ilustre jubilado dice que la inscripción registral, como es sabido sin carácter constitutivo, “pudo ser legal pero es una irregularidad, propia de una felonía” y al frente de su “Frente Cívico” se preocupará de que “la ciudadanía no se acostumbre a este hurto legal”. No se pueden decir más simplezas, rayanas en la demagógica estupidez, con menos palabras.

Pues nada, que esta profunda necesidad de una Andalucía inmersa en la pobreza, la dependencia de la solidaridad nacional y europea y la distancia cada vez mayor, respecto a los países desarrollados de la UE, se lleve a los foros internacionales y de camino se reivindique en el Parlamento de Estrasburgo cuantos “hurtos legales” recuerden. Por ejemplo, la catedral de Sevilla, la catedral de Notre Dame y de camino se revoque la autocoronación allí celebrada de Napoleón, o la Basílica de San Pedro. Por cierto, siempre en Italia encontrarán camaradas que muestren su acuerdo con derogar los Pactos de Letrán de 1929, reconociendo a la Santa Sede la plena propiedad y la exclusiva y absoluta potestad y jurisdicción soberana sobre el Vaticano. Al fin y a la postre en nombre del Rey Victorio Emanuel III, firmó su Primer Ministro y Jefe de Gobierno, un tal Benito Mussolini.

Queda pues mucho hurto legal que devolver, muchas felonías que reparar, muchas irregularidades que subsanar. La “ciudadanía” europea no se puede acostumbrar a vivir sin fábulas que escuchar.      

   

   

 

 

 

   

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