LA POLÍTICA FABULADA
7 de Marzo 2014
Seguramente la política española
entra en fase de fábula continuada, con narradores vistiendo las galas
intelectuales que pueden, para llevar a cabo una ficción alegórica que sirva al
menos para deleitar, para entretener, ya que no para enseñar.
Ya ni siquiera se pone de relieve
el vicio o los defectos de alguien para escarmiento de la colectividad, en eso
consistía la sátira literaria. Ahora por el contrario, se caricaturiza y
censuran los defectos, incluso los extravíos colectivos, para escarmiento de
los individuos, es decir, se fabula. Desde luego no en manos de literatos tan ilustres
como Rosseau y su Pigmalión, La
Fontaine, Samaniego o Tomás de Iriarte, recreando a Esopo en “la zorra y las
uvas”, “la cigarra y la hormiga” o “el gallo y el zorro”. Ni mucho menos.
Ahora no es necesario
personificar animales para que el pueblo obtenga enseñanza útil o moral. La
fábula está en manos de políticos y la enseñanza se obtiene de los números, de
la estadística, de la macroeconomía y si fuese necesario, de ese pasado
atragantado que nos impide el movimiento en la Historia. Es decir, la
educación, la bandera, el territorio o la religión. Siempre mirando atrás,
siempre con el siglo cambiado. Y no resulta necesario narrar ejemplos de
fábulas y poner nombre a fabuladores porque sería tanto como satirizar sobre la
vida política española y señalar, seguro que pedagógicamente, lo que todos
conocen.
Fíjense, por ejemplo, la fábula
histriónica sobre la colosal y universal Mezquita-Catedral de Córdoba, que deberá
volver al pueblo, al que se arrebató hace ochocientos años y ahora de forma
espontánea comienza a reclamar. Bueno, esa espontaneidad que da el alinearse
tras la elite, la vanguardia intelectual y política, conocedora de cómo y
cuando es el momento. Este es. Pero ya me dirán la honda preocupación que dicen
manifestar intelectuales tan íntegros e incorruptibles como el que fuera excelente
y transformador alcalde de Córdoba, apelando a los “cordobitas” para impedir su
pase a “manos privadas”.
Pues resulta difícil asimilar en personaje
fabuloso como Anguita, republicano federalista, agnóstico, alérgico a la
corrupción, de sólida formación teórica, referente de la izquierda española, aunque
de ideología con escasa gloria colectiva, alejada de las democracias
representativas y parlamentarias europeas, pero esencial.
Él, que ha circulado con éxito
por la vida política, muy por encima de camaradas como Gerardo Iglesias,
Frutos, Llamazares, Lara o el propio Carrillo, se posiciona ayuno de argumentos
en tema de trascendencia en el mundo de las creencias, en la convivencia social
y en el debate político y jurídico. Eso me llevaría a incidir una vez más en la
profunda y total crisis que soportamos.
Recuerdo que ahora hizo 33 años, cuando
Anguita, siendo alcalde, mantuvo una polémica de mucho interés, recriminando al
Obispo Infantes Florido su crítica a la cesión a la comunidad musulmana por
parte del Ayuntamiento de dos inmuebles, antiguas mezquitas, que calificó como
“error histórico” ya que iba más allá de las competencias que la gestión
pública puede realizar para el bien de una colectividad. El Alcalde, en brillante
respuesta que escandalizó a la comunidad católica, contestó: Le recuerdo que
soy su Alcalde pero su Ilustrísima no es mi Obispo. Añadiendo que el clérigo
confunde los planos en que deben moverse ambas autoridades.
Es la respuesta de un intelectual
inquieto y valioso, porque le trae a colación nada menos que la teoría de los
dos deberes, espirituales y seculares y dos organizaciones institucionales que
no podían ser irreconciliables. Le esgrime, la antigua tesis de la división de
la lealtad, de la fidelidad compartida, sin abismo imposible entre la “querida
ciudad de Cecrops” y la “querida ciudad de Dios” que tanto apasionó a Séneca y
los Padres de la Iglesia.
Que lejanía intelectual de la
teoría ahora mantenida, en polémica parecida aunque más trascendente,
representada mediante el subgénero del melólogo, con acompañamiento de un
penoso coro de intelectuales en declive. Que pobreza argumental cuando el
ilustre jubilado dice que la inscripción registral, como es sabido sin carácter
constitutivo, “pudo ser legal pero es una irregularidad, propia de una felonía”
y al frente de su “Frente Cívico” se preocupará de que “la ciudadanía no se
acostumbre a este hurto legal”. No se pueden decir más simplezas, rayanas en la
demagógica estupidez, con menos palabras.
Pues nada, que esta profunda
necesidad de una Andalucía inmersa en la pobreza, la dependencia de la
solidaridad nacional y europea y la distancia cada vez mayor, respecto a los
países desarrollados de la UE, se lleve a los foros internacionales y de camino
se reivindique en el Parlamento de Estrasburgo cuantos “hurtos legales”
recuerden. Por ejemplo, la catedral de Sevilla, la catedral de Notre Dame y de
camino se revoque la autocoronación allí celebrada de Napoleón, o la Basílica
de San Pedro. Por cierto, siempre en Italia encontrarán camaradas que muestren
su acuerdo con derogar los Pactos de Letrán de 1929, reconociendo a la Santa
Sede la plena propiedad y la exclusiva y absoluta potestad y jurisdicción
soberana sobre el Vaticano. Al fin y a la postre en nombre del Rey Victorio
Emanuel III, firmó su Primer Ministro y Jefe de Gobierno, un tal Benito
Mussolini.
Queda pues mucho hurto legal que devolver,
muchas felonías que reparar, muchas irregularidades que subsanar. La
“ciudadanía” europea no se puede acostumbrar a vivir sin fábulas que escuchar.
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