ORWEL Y
LA POLÍTICA DEL MIEDO
Javier Pipó Jaldo
Orwel, simpatizante de Trotski,
socialista utópico en espera permanente de la revolución, en realidad no pasaba
de conciencia crítica de la izquierda y 1984 es incisiva forma de expresar
hostilidad al estalinismo sin dejar de creer en el papel del poder como
instrumento de emancipación. Pero denunciando el totalitarismo de no pensar y
no leer lo que no sea literatura oficial, usado por la odiosa Policía del
Pensamiento para disfrazar el sometimiento, impedir la insumisión y abolir
definitivamente la disidencia. Para Orwel, la dictadura era garantía de la
desigualdad, ahora, dice en Oceanía, la desigualdad garantiza la
dictadura.
En 1945, cuatro años antes,
utiliza la fábula sobre la revolución que devora a sus hijos en su conocida Rebelión
en la Granja, donde los
animales se sublevan contra el brutal granjero, pero terminan bajo la dictadura
del cerdo.
Sin necesidad de personificar
animales para que el pueblo obtenga enseñanza útil o moral, la actualidad de
Orwel resulta inquietante. Ya no es tiempo de utopías, pero sí de fábulas que
pasan a manos de políticos y la enseñanza se obtiene de los números, de la
estadística, de la macroeconomía y si fuese necesario, de ese pasado
atragantado que nos impide el movimiento en la Historia: religión, bandera,
educación, territorio y franquismo. Siempre mirando atrás, siempre con el siglo
cambiado.
Por ejemplo, la fábula
histriónica sobre la Mezquita-Catedral que deberá volver al pueblo, al que se
arrebató hace ochocientos años y ahora de forma espontánea comienza a reclamar.
Espontaneidad que da el alinearse tras la vanguardia política e intelectual,
conocedora de cuando es el momento. Es el momento.
Lejos queda aquel brillante
debate entre Alcalde y Obispo de Córdoba, sobre los planos en que deben moverse
ambas autoridades y la respuesta que escandalizó a la comunidad católica: le recuerdo que soy su Alcalde pero su
Ilustrísima no es mi Obispo. Es la posición del intelectual inquieto y
valioso, esgrimiendo la división de la lealtad, de la fidelidad compartida, de
los deberes espirituales y seculares, de la ciudad
de Cecrops y la Ciudad de Dios que
apasionó a Séneca y los Padres de la Iglesia.
De eso hace 33 años porque ahora
las simplezas rayanas en la estupidez demagógica o en la ignorancia es la
fuerza, reducen el debate a que “la inscripción pudo ser legal pero es una
irregularidad, propia de una felonía” o “la ciudadanía no se acostumbre a este
hurto legal”.
O el alarmante ejemplo que narra
el Preámbulo y articulado del anteproyecto de Ley para la Recuperación de la
Memoria Democrática de Andalucía, propio de un Ministerio de la Verdad. Fábula
en negro del miedo y el crujir de dientes. Con párrafos perversos,
provocadores, ahistóricos, alejados de los principios que impregnan los
principios de un Estado de Derecho, socio de la Unión europea. Panfleto
sectario, ajeno a texto legal con pretensión de innovar el ordenamiento
jurídico. Un neolenguaje desubicado en el tiempo e inapropiado para la
consecución del fin, más del tácito que parece pretender, que del expreso que
relata. Pretende ir más allá de la Ley de Amnistía de 1977 y de la estatal Ley
52/2007 que amplia derechos y toma medidas en favor de quienes padecieron
persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura, tachándolas de
“instaurar un modelo de impunidad”.
Tras 75 años se desentierran
rencores para condenar el franquismo y perseguir opiniones contrarias a los
crímenes ciertos que se le atribuyen, dictando una Ley radical, tipificando el
negacionismo e ignorando de paso la STC 235/2007.
Es reconstruir dos bandos en
crisis total y corrupción generalizada, con millones de parados, la
desesperanza hundida en galopante pobreza y el azote del separatismo
nacionalista.
Es la esperanza estúpida de que
desenterrando cadáveres se puedan acomodar los hechos históricos a la cultura
izquierdista de revancha extemporánea, como si el siglo XX no tuviera huellas
suficientes de totalitarismo y crueldad de las ideologías nazi o comunista, del
genocidio maoísta o del sanguinario psicópata Pol Pot.
Ya está bien.
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