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viernes, 21 de marzo de 2014

Javier Pipó en el "Diario Córdoba"

Publicado en el "Diario Córdoba" el día 21 de marzo 2014

ORWEL  Y  LA  POLÍTICA DEL MIEDO
Javier Pipó Jaldo
 
Ahora hace treinta años de la fecha en la que Enric Arthur Blair, conocido como Georges Orwel, situó su profecía 1984. Un mundo totalitario conducido por el Gran Hermano, con individuos sometidos a constante lavado de cerebro creyendo estar en el paraíso. Es el neolenguaje, los alienantes Ministerios de la Verdad, la Paz, el Amor y la Abundancia o las tres consignas del Partido: la guerra es la paz; la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza.

Orwel, simpatizante de Trotski, socialista utópico en espera permanente de la revolución, en realidad no pasaba de conciencia crítica de la izquierda y 1984 es incisiva forma de expresar hostilidad al estalinismo sin dejar de creer en el papel del poder como instrumento de emancipación. Pero denunciando el totalitarismo de no pensar y no leer lo que no sea literatura oficial, usado por la odiosa Policía del Pensamiento para disfrazar el sometimiento, impedir la insumisión y abolir definitivamente la disidencia. Para Orwel, la dictadura era garantía de la desigualdad, ahora, dice en Oceanía, la desigualdad garantiza la dictadura.

En 1945, cuatro años antes, utiliza la fábula sobre la revolución que devora a sus hijos en su conocida Rebelión en la Granja, donde los animales se sublevan contra el brutal granjero, pero terminan bajo la dictadura del cerdo.

Sin necesidad de personificar animales para que el pueblo obtenga enseñanza útil o moral, la actualidad de Orwel resulta inquietante. Ya no es tiempo de utopías, pero sí de fábulas que pasan a manos de políticos y la enseñanza se obtiene de los números, de la estadística, de la macroeconomía y si fuese necesario, de ese pasado atragantado que nos impide el movimiento en la Historia: religión, bandera, educación, territorio y franquismo. Siempre mirando atrás, siempre con el siglo cambiado.

Por ejemplo, la fábula histriónica sobre la Mezquita-Catedral que deberá volver al pueblo, al que se arrebató hace ochocientos años y ahora de forma espontánea comienza a reclamar. Espontaneidad que da el alinearse tras la vanguardia política e intelectual, conocedora de cuando es el momento. Es el momento.

Lejos queda aquel brillante debate entre Alcalde y Obispo de Córdoba, sobre los planos en que deben moverse ambas autoridades y la respuesta que escandalizó a la comunidad católica: le recuerdo que soy su Alcalde pero su Ilustrísima no es mi Obispo. Es la posición del intelectual inquieto y valioso, esgrimiendo la división de la lealtad, de la fidelidad compartida, de los deberes espirituales y seculares, de la ciudad de Cecrops y la Ciudad de Dios que apasionó a Séneca y los Padres de la Iglesia.

De eso hace 33 años porque ahora las simplezas rayanas en la estupidez demagógica o en la ignorancia es la fuerza, reducen el debate a que “la inscripción pudo ser legal pero es una irregularidad, propia de una felonía” o “la ciudadanía no se acostumbre a este hurto legal”.

O el alarmante ejemplo que narra el Preámbulo y articulado del anteproyecto de Ley para la Recuperación de la Memoria Democrática de Andalucía, propio de un Ministerio de la Verdad. Fábula en negro del miedo y el crujir de dientes. Con párrafos perversos, provocadores, ahistóricos, alejados de los principios que impregnan los principios de un Estado de Derecho, socio de la Unión europea. Panfleto sectario, ajeno a texto legal con pretensión de innovar el ordenamiento jurídico. Un neolenguaje desubicado en el tiempo e inapropiado para la consecución del fin, más del tácito que parece pretender, que del expreso que relata. Pretende ir más allá de la Ley de Amnistía de 1977 y de la estatal Ley 52/2007 que amplia derechos y toma medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura, tachándolas de “instaurar un modelo de impunidad”.

Tras 75 años se desentierran rencores para condenar el franquismo y perseguir opiniones contrarias a los crímenes ciertos que se le atribuyen, dictando una Ley radical, tipificando el negacionismo e ignorando de paso la STC 235/2007.

Es reconstruir dos bandos en crisis total y corrupción generalizada, con millones de parados, la desesperanza hundida en galopante pobreza y el azote del separatismo nacionalista. 

Es la esperanza estúpida de que desenterrando cadáveres se puedan acomodar los hechos históricos a la cultura izquierdista de revancha extemporánea, como si el siglo XX no tuviera huellas suficientes de totalitarismo y crueldad de las ideologías nazi o comunista, del genocidio maoísta o del sanguinario psicópata Pol Pot.

Ya está bien.

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