Versión del editado bajo el mismo título, en este mismo BLOG el
pasado día 24 de Febrero
MÁS ALLÁ DE LA ECONOMÍA
En el breve Prólogo de “La
Contribución a la crítica de la Economía Política” de 1859, Marx dejó escrito el
siguiente principio ideológico: el modo de producción de la vida material
condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general.
Es decir que la economía
condiciona la política. Pero frente al rigor del axioma marxista se opone otro
de más alto contenido moral, donde el ser social no debe determinar la
conciencia sino que esta debe quedar determinada por principios y valores del
humanismo cristiano, donde la ética debe condicionar la economía.
No quiero sumarme pues a cuantos
piensan que la política de Rajoy está haciendo inconscientemente realidad el
principio marxista. Ni la macroeconomía es lo único valioso por perentorio, ni
todo debe quedar subordinado a la crisis económica. Porque surgen implacables
corrientes utilitaristas y nuevos movimientos sociales, exigiendo un cambio de
modelo.
La complejidad del tiempo que
vivimos, demanda estadistas que compatibilicen el modelo social con soluciones
a una realidad dramática, donde millones de parados ingresan en el depósito del
resentimiento, con riesgo de la paz social y el desarrollo.
Desgraciadamente la descreída y
descristianizada sociedad española acaricia valores vaporosos y principios de
moral social disminuidos, producto de escasa educación integral. Sus líderes
buscan fama, influencia y el triunfo a cualquier precio, alardeando en la
superficialidad de las ideas y la frivolidad del comportamiento. Con facilidad se
transmite a la otrora sólida estructura social, un desmesurado amor al consumo,
desprecio por la austeridad, el placer de la transgresión o la creencia
irrenunciable en derechos ilimitados. Se consolida una casta política
superficial, de escaso sentido de Estado, de ligera preparación y corrompida,
que lleva a la Nación a naufragio previsible.
No veo claramente que la
macroeconomía esté resultando la salvación en el corto o medio plazo, aunque lo
digan los augures “del vamos bien”. Acecha el nuevo peligro de deflación por
endeudamiento, 0,2% interanual, ante un Gobierno ajeno a la dirección de la
política monetaria y cambiaria, competencia de instituciones europeas. Pocos
parecen aceptar una recuperación débil, despaciosa y asimilar una deuda que crece
velozmente, la mayor en cien años, llegando pronto al 120% del PIB y al 400% la
total. O un millón menos de ocupados, un millón más de pobres y 1,1 millones
menos de cotizantes a la S.S. Y ni austeridad, imposible políticamente, ni
reforma del gigantesco leviatán estatal, como reveló el penoso debate del
Estado de la Nación.
Sabemos que esta poliédrica
situación quedó instalada globalmente a partir de los años negros del
zapaterismo cuyas consecuencias sufriremos varias generaciones, pero ahora se
requiere un impulso decidido y decisivo para salir de la situación, conviviendo
con cierto declive europeo, una pavorosa crisis económica de pobreza y
desesperanza, la podredumbre de la corrupción empapando instituciones y
conciencias y la amenaza palpable del
secesionismo reaccionario.
Despega cierta corriente de
radicalismo purificador y revolucionario, encabezada por líderes de valía
intelectual, autoconsiderados herederos de la Ilustración, con fuerza para
desenterrar a Robespierre, que sembró terror y desolación durante el año en que
extremó la Revolución. Utilizan un verbo incendiario, sus ideas son
descentradas y claman por rebasar el sistema, imponiendo un proceso
constituyente que alcance la democracia
real. Buscan la emoción de la gente, el desbordamiento, la pasión, la
movilización, la audacia, esencial en situación de crisis porque la prudencia puede ser contraproducente y
para ganar no hay que tener miedo, solo interesa el resultado. Y lo pregonan
con éxito y admiración, incluso en los medios de la derecha liberal. Pero la
masa que los sigue, sin formación ideológica alguna, con poco que perder y
alentada por iluminados, puede hacer retroceder nuestro modelo de sociedad a los tiempos del Comité de Salvación
Pública.
Se trata de salvar la democracia
ante el avance de un porcentaje amplio de población que aborrece el sistema
constituido, no de opiniones más o menos optimistas. Como decía Burdeau,
aquella es una religión, una forma de vivir, una filosofía y casi
accesoriamente, forma de gobierno.
Estoy con el regeneracionismo y
la Constitución, aunque haya que cambiarla urgentemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario