EL INTERVENTOR
Hace casi dos años y medio, dediqué mi columna impresa, La
Azotea, al cordobés Manuel Gómez que había ejercido durante diez el arriesgado
puesto de Interventor General de la Junta de Andalucía. Lo hice, conmovido por
aquella frase que aún me resuena, “decir que el Consejero de Hacienda (Griñán)
no actuó porque no recibió un informe de actuación, no es ni siquiera un
subterfugio, es una pamplina”. Y también desde luego por afinidad, por cercanía
y por lealtad al servicio público. Pero ha pasado el tiempo y el riesgo se
convirtió en calvario y su aportación se convirtió en imputación, porque la
inmersión en los espacios amplios y oscuros de la amoralidad convierte la
ilusión en amargura y la esperanza en desasosiego.
Hoy, Manuel Gómez no es un servidor público sino un
avisador entristecido del hedor a estiércol en que convirtieron la autonomía
andaluza, en camino acelerado hacia un régimen cerrado, oligárquico, al
servicio de un partido, con el apoyo de un pueblo que participa alegremente de
lo que hasta ahora fue el festín. Los capos de la implacable oligarquía
político-administrativa han tratado de hundirlo en el descrédito y hasta el
momento, lograron el deshonor de la imputación judicial con embargo incluso de
sus escasos bienes.
En varios escritos cruzados hemos coincidido y espero sepa
entender haga público lo que es privado, en algo esencial para cualquier
funcionario: la dignidad en el ejercicio casi sagrado de la función; la lealtad
al Estado; el servicio público por encima de cualquier posición ideológica. Tu
decisión de declarar ante el TS – le decía- me parece grandiosa. Aunque a mucha
gente le pueda parecer valiente, a mí me parece de extraordinaria dignidad,
terminaba argumentando. Lo digo y lo dices con toda
propiedad, contestaba él, porque quizá se desconoce que el funcionamiento de la
Intervención General implica que la práctica totalidad de las actuaciones de
control son realizadas por funcionarios y no por el Interventor General.
Arrostrar la imputación en solitario y sin tratar de compartirla, no debe
inducir a error porque las insinuaciones y acusaciones apenas veladas de
negligencia de los expresidentes, afectan a decenas de funcionarios, dice el
digno empleado del Estado, víctima de un enloquecimiento imparable que hará
saltar en pedazos una herencia centenaria de progreso y libertad.
Y mientras, aquí pasamos de
declarar al pueblo un amor infinito, al menos hasta después de las elecciones, a
conservar intacta una estructura de poder podrida hasta la médula que se
prepara para ser renovada por el viento revolucionario que adicionará pobreza a
la corrupción. El Parlamento, ingobernable, será pastoreado por quien sin
oficio ni beneficio, preservará los intereses de la casa común, manteniendo Comisiones
de investigación de resultados previos, una servil Cámara de Cuentas a la que
nunca le saldrán las que deben y unos órganos de control interno, como la
Intervención General, desarbolada y temerosa. Es la llegada del
socialperonismo, aderezado de estética inconfundible y con pintoresco trufado de
bolivarismo chillón, hortera. Son los rasgos inconfundibles de totalitarismo
comunista.
Somos cada vez menos. Pero aún
mantenemos, como Manuel Gómez, la dignidad de posicionarnos leales al
constitucionalismo de 1978. Incluso con sus terribles defectos y lagunas. Pero
lo que viene no quiere borrar estos, sino aquello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario