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jueves, 3 de julio de 2014

Javier Pipó en "Diario Córdoba"

Publicado en el "Diario Córdoba", hoy día 3 de Julio de 2014

LA REFORMA
Javier Pipó Jaldo
 

Creo era Jellineck el que consideraba imposible que una Constitución pudiera prohibir su propia reforma, porque un mandato de esta naturaleza incitaría a la revolución. Depende la concepción que pueda tenerse de lo que es una Constitución. Rubio Llorente lo tenía doctrinalmente resuelto, no hay otra Constitución que la democrática. Pero los teóricos de la autocracia del Movimiento Nacional establecían que los Principios de la Ley de 1958, eran por su propia naturaleza permanentes e inalterables, reforzados en la LO del Estado y en el Código Penal. 

De manera que una vez en acuerdo sobre lo que es, representa y dignifica una Constitución democrática en un sistema parlamentario, el tema de su reforma a la que España inexorablemente está abocada, no es cuestión fácil o indiferente, porque en una sociedad polarizada, descreída, con escasos valores y bastante corrompida, el coste social será  indudable. Pero no llevarla a cabo tendría consecuencias devastadoras.

A mi juicio, la reforma reclama un requisito genérico, casi utópico y es que la Constitución debe seguir siendo de todos y de nadie. De esa forma, sus efectos benéficos, pacíficos y de progreso podrían continuar varias décadas más. Pero eso exige generosidad y patriotismo de la partitocracia reinante porque los principios esenciales sobre los que debería descansar de concordia y sosiego, no vienen dados por merecimiento, sino recuperados, conquistados a pesar de las enormes dificultades que envolverá la decisión. Y luego, manos a la obra sobre cuando debe llevarse a cabo, quizá aprovechando la finalización de la actual Legislatura; o el fin pretendido que no puede ser otro que la consecución de un Estado sostenible; o el contenido concreto del texto, posible, eficaz y ambicioso, con instituciones inclusivas y democráticas y los límites permisibles de un Estado socio de la UE.

Ojalá pudiera repetirse el tránsito esencial de 1978, pero se aprecia un creciente ambiente de crispación, acreditando la España que desde el siglo XVII siempre debate entre tradición y revolución, sin aparente fin. Una sociedad mal instruida, ideologizada en exceso, inducida a la intolerancia y dispuesta con facilidad al enfrentamiento resulta extrañamente incívica y de valoración escasa de la vida democrática como forma más elevada y digna de convivencia humana. Pero habrá que intentarlo por supervivencia.

Es verdad que la Constitución está recargada con lo que Hauriou llamaba superlegalidad. Y también tiene sus paradojas. Llama la atención la del artículo 168,1 “cuando se propusiere la revisión total de la Constitución o una parcial…” Pues no alcanzo a diferenciar entre una reforma total o una revisión total. Y si en un caso u otro es total ¿estamos ante el procedimiento agravado descrito en el citado artículo? ¿Qué diferencia hay entre esta reforma total y la prevista para cuando afecte al Título Preliminar, al de la Corona o a la sección primera del Capítulo II del Título I? ¿O se trataría de una nueva Constitución? Esta falta de claridad podría llevar lejos a ese sector tan beligerante, con progresivo apoyo social que busca el recambio republicano y esta podría ser la vía. De manera que una monarquía renovada para un tiempo nuevo puede convertirse en nueva República que impida la renovación monárquica.

Lamentablemente los socialistas acaban de decapitar al último de sus estadistas en activo y se dejan capitanear fácilmente por los comunistas, hermanos celosos de Podemos, volviendo a plantear lo mismo que Prieto hace 84 años a la dimisión del General Primo de Rivera: república o monarquía. Y se ponen tabarrosos e imposibles con lo de la tradición republicana del Partido, cuando desde 1879, en 135 años solo hubo cinco de República.

Seguramente con prisas se intentará reunir un consenso sensato para reformar la Constitución. A mí no me asusta cambiar la denominación del Estado y hacerlo federal. Lo he mantenido públicamente y añado ahora la compatibilidad entre este y la forma monárquica de su Jefatura.

En consecuencia, la Constitución debe ser reformada urgentemente, no para incluir nuevos derechos zapateriles y postmodernos o lo que llaman blindar un Estado del Bienestar insostenible, sino para reducir la dimensión de un Leviatan imposible y acabar con los privilegios de una clase política ociosa y trincona. Y resolver al menos otros cuarenta años el sinvivir independentista.

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