LA REFORMA
Javier Pipó Jaldo
Creo era Jellineck el que
consideraba imposible que una Constitución pudiera prohibir su propia reforma,
porque un mandato de esta naturaleza incitaría a la revolución. Depende la
concepción que pueda tenerse de lo que es una Constitución. Rubio Llorente lo
tenía doctrinalmente resuelto, no hay otra Constitución que la democrática.
Pero los teóricos de la autocracia del Movimiento Nacional establecían que los
Principios de la Ley de 1958, eran por su propia naturaleza permanentes e
inalterables, reforzados en la LO del Estado y en el Código Penal.
De manera que una vez en acuerdo
sobre lo que es, representa y dignifica una Constitución democrática en un
sistema parlamentario, el tema de su reforma a la que España inexorablemente
está abocada, no es cuestión fácil o indiferente, porque en una sociedad
polarizada, descreída, con escasos valores y bastante corrompida, el coste
social será indudable. Pero no llevarla
a cabo tendría consecuencias devastadoras.
A mi juicio, la reforma reclama
un requisito genérico, casi utópico y es que la Constitución debe seguir siendo
de todos y de nadie. De esa forma, sus efectos benéficos, pacíficos y de
progreso podrían continuar varias décadas más. Pero eso exige generosidad y
patriotismo de la partitocracia reinante porque los principios esenciales sobre
los que debería descansar de concordia y sosiego, no vienen dados por
merecimiento, sino recuperados, conquistados a pesar de las enormes
dificultades que envolverá la decisión. Y luego, manos a la obra sobre cuando
debe llevarse a cabo, quizá aprovechando la finalización de la actual
Legislatura; o el fin pretendido que no puede ser otro que la consecución de un
Estado sostenible; o el contenido concreto del texto, posible, eficaz y
ambicioso, con instituciones inclusivas y democráticas y los límites
permisibles de un Estado socio de la UE.
Ojalá pudiera repetirse el
tránsito esencial de 1978, pero se aprecia un creciente ambiente de crispación,
acreditando la España que desde el siglo XVII siempre debate entre tradición y
revolución, sin aparente fin. Una sociedad mal instruida, ideologizada en
exceso, inducida a la intolerancia y dispuesta con facilidad al enfrentamiento
resulta extrañamente incívica y de valoración escasa de la vida democrática
como forma más elevada y digna de convivencia humana. Pero habrá que intentarlo
por supervivencia.
Es verdad que la Constitución
está recargada con lo que Hauriou llamaba superlegalidad. Y también tiene sus
paradojas. Llama la atención la del artículo 168,1 “cuando se propusiere la
revisión total de la Constitución o una parcial…” Pues no alcanzo a diferenciar
entre una reforma total o una revisión total. Y si en un caso u otro es total
¿estamos ante el procedimiento agravado descrito en el citado artículo? ¿Qué diferencia
hay entre esta reforma total y la prevista para cuando afecte al Título
Preliminar, al de la Corona o a la sección primera del Capítulo II del Título
I? ¿O se trataría de una nueva Constitución? Esta falta de claridad podría
llevar lejos a ese sector tan beligerante, con progresivo apoyo social que
busca el recambio republicano y esta podría ser la vía. De manera que una
monarquía renovada para un tiempo nuevo puede convertirse en nueva República
que impida la renovación monárquica.
Lamentablemente los
socialistas acaban de decapitar al último de sus estadistas en activo y se
dejan capitanear fácilmente por los comunistas, hermanos celosos de Podemos,
volviendo a plantear lo mismo que Prieto hace 84 años a la dimisión del General
Primo de Rivera: república o monarquía. Y se ponen tabarrosos e imposibles con
lo de la tradición republicana del Partido, cuando desde 1879, en 135 años solo
hubo cinco de República.
Seguramente con prisas se intentará reunir un consenso
sensato para reformar la Constitución. A mí no me asusta cambiar la
denominación del Estado y hacerlo federal. Lo he mantenido públicamente y añado
ahora la compatibilidad entre este y la forma monárquica de su Jefatura.
En consecuencia, la Constitución debe ser reformada
urgentemente, no para incluir nuevos derechos zapateriles y postmodernos o lo
que llaman blindar un Estado del Bienestar insostenible, sino para reducir la
dimensión de un Leviatan imposible y acabar con los privilegios de una clase
política ociosa y trincona. Y resolver al menos otros cuarenta años el sinvivir
independentista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario