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jueves, 22 de mayo de 2014

Javier Pipó en el "Diario Córdoba"

Artículo publicado en el "Diario Córdoba" el día 22 de Mayo de 2014

CIEN AÑOS

Javier Pipó Jaldo

Guizot, en su Historia de la civilización europea aseguraba que los principios que la sustentan son la justicia, la legalidad, la publicidad y la libertad.

Quizá podríamos contrastarlos, combinados con los valores y principios figurados en los artículos 1.1 y 9.3 de la Constitución que constituyen su armazón esencial, guía para el legislador y referente en el ejercicio del poder jurisdiccional.

Desde hace pues 36 años el ordenamiento jurídico, aunque renqueante, es homologable y similar al vigente en el ámbito de la Unión Europea. Y ello requiere alguna reflexión, ahora que nuevamente es momento de ejercer el derecho al sufragio universal como celebración necesaria aunque no suficiente, para poder definir rigurosamente las instituciones como democráticas, incluso las europeas.

Y como reflexión, quizá nada más instructivo que repasar la historia española cien años atrás, cuando un brillante grupo de intelectuales fue capaz de estructurar el primer tercio del siglo XX, dejando huella de tres generaciones, la del 14 y en sus límites temporales la del 98 y la del 27. Y lo refiero intencionadamente porque las tres ponen énfasis en la europeización y en el afán de definir "el problema de España", que Laín describió con certeza, como aquella dramática inhabilidad de los españoles para hacer de su patria un país mínimamente satisfecho de su constitución política y social.

A la generación del 14 correspondió ahora hace cien años, vertebrar y dar consistencia a la Edad de Plata que va desde 1876 a 1936. Desde la Restauración y la crisis de 1898, hasta la esperanza en la República y su estruendoso fracaso. Sesenta años descollantes de cultura española, brillante en su resplandor intelectual, cultural y doctrinal, con apellidos que van desde el regeneracionismo de Costa, Unamuno o Maeztu, a la estrella luminosa de Ortega, pasando por intelectuales como Pérez de Ayala, Américo Castro, Azaña o Marañón.

Pero la Generación del 14 tiene como referente las posiciones de la anterior, es decir, la desmoralización económica y política y por eso piden modernizar España. Piden educación y justicia, como pedía Costa. Y piden revisar el liberalismo y rearmarlo moralmente hasta las lindes del socialismo democrático. Incluso se interesan, como describía el maestro Vicens Vives, por buscar un acomodo del catalanismo en España, resaltando la bipolaridad representada por Machado, Ganivet o Baroja y los d'Ors, Prat de la Riba o Pompeu Fabra y su novecentismo. O la castellanización de la cultura de Menéndez Pidal y el catalanismo en defensa del pluralismo español, de Joan Maragall.

Y cien años después, seguimos en las mismas. Nada nuevo, todo casi inamovible. Porque esta Nación circula a través de generaciones, sin resolver sus ancestrales problemas que atañen una y otra vez a la religión, la educación, la bandera, la organización del territorio o la estructura del Estado.

Y la integración plena en la UE, sueño de generaciones de intelectuales, es realidad gozosa. Pero resulta dramático escuchar el canto reaccionario de algunos peligrosos e iletrados políticos pidiendo dar la espalda a Europa, incumplir los compromisos firmados, trabajar de una manera u otra por la Europa del pensamiento único. Y se hiela de nuevo el corazón.

Ciertamente Europa atraviesa una gran crisis de principios, de valores. Vive instalada en el miedo a perder la opulencia, a compartirla, a tomar decisiones incluso para preservarla. Por eso ha caído en manos del relativismo y de mercaderes de la libertad. Ahora la sociedad europea vive inmersa en una socialdemocracia total, sustituta del cristianismo pero con peso excesivo del capitalismo financiero, última generación del capitalismo económico. Quizá porque tras la II GM existía como un pacto equilibrado entre socialdemocracia y liberalismo y tras la caída del Muro desaparece ese contrapeso ideológico frente al capitalismo y se habla de un poder económico prevalente sobre el político.
Pero Europa es una civilización y su historia no la escribe cada uno de los Estados que la forman sino Europa misma, como conjunto de pueblos unidos por su cultura y su pasado.

También España vive una tremebunda crisis económica y moral. Y de valores y principios. Bache histórico solo superable de converger, siquiera temporalmente, liberalismo y socialdemocracia, como aportación a una Europa que no puede ceder al empuje de un socialismo del Sur, de rompe y rasga, empeñado en borrar el equilibrio de una civilización brillante.

El regeneracionismo más que utopía es necesidad. En cien años Europa estará sepultada por la pujanza de civilizaciones expandidas sin freno.

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